AMERICA ECONOMIA.COM Raúl Rivera
En años recientes se ha instalado con fuerza la idea de que Brasil está llamado a convertirse en la potencia hegemónica en América del Sur. Con casi 200 millones de habitantes, un territorio similar en tamaño al estadounidense y el chino y una economía de 2 trillones de dólares (PPP), este miembro del BRIC, candidato a representar a nuestra región en el Consejo de Seguridad de la ONU, sede del Mundial de Fútbol en 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016, claramente se perfila como una nueva potencia mundial. Aunque esta visión de Brasil es novedosa para muchos en América Latina, no lo es para los historiadores, los expertos en geopolítica ni menos para sus propios líderes. Brasil ya era una potencia imperial en la época en que el resto de la región luchaba por dejar de ser colonia europea.
Entre 1808 y 1821 se rigieron desde Brasil los destinos de un imperio global que abarcaba a Portugal, a varios territorios africanos (Angola y Mozambique) y asiáticos (Macao), incluyendo algunos trozos de la India. Cuando el rey portugués João VI abandonó el país, Brasil ratificó su vocación imperial nombrando emperador a su hijo Pedro I y luego al hijo de éste, Pedro II, quien ocupó el trono hasta que los militares lo derrocaron hace poco más de un siglo, proclamando la república.
El fuerte aumento del poderío militar brasileño durante la última década es consistente con esta vocación hegemónica: tan sólo en 2008 Lula aumentó el gasto militar en un 60% y el país espera contar con (al menos) tres submarinos nucleares a mediados de esta década. Pronto Brasil contará con la capacidad de derrotar al primer golpe –o al menos intimidar decisivamente– a cualquier posible rival regional.
Su principal rival histórico, la Argentina, hoy económicamente aislada bajo el abrazo sofocante del Mercosur, no representa una amenaza, ya que está muy debilitada en el plano militar. Paraguay y Uruguay, dos países pequeños, también están insertos en la órbita brasileña. Asociada a Brasil para explotar sus reservas de gas, Bolivia comparte con su nuevo socio estratégico un interés en una salida al Pacífico. Brasil debe estar siguiendo con mucho interés la integración comercial entre Chile, Perú y Colombia.
Esta vocación hegemónica de Brasil, enteramente comprensible y respetable desde su propia óptica y tradición histórica, resulta sin embargo algo problemática para el resto de los países sudamericanos, ya que requiere de ellos un alto grado de sometimiento a la voluntad de Brasília. ¿Entonces? Los presidentes de Chile, Perú y Colombia manifestaron recientemente en Mar del Plata su voluntad de avanzar hacia una mayor integración de sus tres países.
Éstos ya representan un mercado subregional de más de 100 millones de consumidores y casi un trillón de dólares de PIB (PPP), unidos por Tratados de Libre Comercio entre ellos y con la Unión Europea y EE.UU. Éste parece ser el camino más pragmático y prometedor hacia una integración regional más amplia, con estos tres países como “núcleo duro”, análogo al rol que Alemania y Francia cumplieron en el proceso de construcción europea.
Un proceso así, firmemente anclado en los principios de una economía de mercado abierta al mundo, hace posible que los restantes países latinoamericanos puedan irse sumando gradualmente, a medida que asumen este modelo como propio.
México, integrado comercialmente con estos tres países mediante tratados bilaterales de libre comercio, ya está dando claras señales de querer sumarse al grupo. Y no es el único país en hacerlo. De una plumada, ello duplicaría el tamaño de este nuevo mercado subregional, volviéndolo más grande y más abierto al mundo que el brasileño, cuyas tendencias proteccionistas son hace rato conocidas. Brasil debe estar siguiendo estos movimientos con gran interés.
Tiene al menos tres opciones: la primera es perseverar en su proyecto hegemónico al margen de lo que hagan los otros. La segunda es perseverar y oponerse al proceso; resignarse y tolerar lo inevitable. Por último, está sumarse al grupo. ¿Mi apuesta? La justificada confianza de Brasil en sus habilidades diplomáticas lo llevará a optar por la tercera opción, en la esperanza de controlar desde dentro la evolución del proceso integracionista.
De ocurrir, una nueva era de creciente prosperidad se abrirá en la región. Recuerde: lo leyó aquí primero.
Raúl Rivera
Chileno, emprendedor social y autor del libro Nuestra Hora.
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