viernes, 4 de febrero de 2011

Revolución en Egipto, problemas para EEUU e Israel



La revuelta política en Egipto plantea serios problemas para las diplomacias de Estados Unidos e Israel. El aliado más fuerte de ambos países en Oriente Medio está entrando en un período de cambio e incertidumbre política en el que la influencia exterior no solamente será reducida, sino que además podría ser muy contraproducente.

No fue difícil para el gobierno de Barack Obama apoyar la revuelta en Túnez, un país más cercano a la diplomacia francesa y sin particular peso geopolítico para la política exterior de Estados Unidos. Pero el caso de Egipto es muy diferente. Washington ha mantenido una firme relación, asentada en vínculos económicos, diplomáticos y militares desde que en 1970 el presidente Anwar El Sadat modificase el rumbo nacionalista y de confrontación con Israel que había mantenido el líder nacionalista Gamal Abdel Nasser. En 1978 Sadat firmó con Israel el acuerdo de paz de Camp David.

El presidente Hosni Mubarak impulsó desde 1981 una reforma económica liberal y consolidó el papel de pilar de la política de Estados Unidos hacia la región. Al mismo tiempo fortaleció su relación con Israel.

Impacto regional


Estados Unidos canaliza hacia Egipto 1.300 millones de dólares anuales en ayuda militar. Para Washington e Israel el gobierno de Mubarak ha sido un aliado en implementar el bloqueo a la Franja de Gaza, combatir a los Hermanos Musulmanes (principales aliados de Hamás en los Territorios Palestinos y Hezbolá en Egipto), considerar a Irán un enemigo común, y hasta muy recientemente oponerse a la secesión de Sudán del Sur.

Pero más allá de estos casos concretos, Egipto tiene un gran peso político, económico y demográfico en la región. Un cambio político que permita la salida a la luz de partidos políticos de todo tipo, incluyendo los Hermanos Musulmanes, será un ejemplo para la región mucho más fuerte que el de Túnez. Diversos análisis políticos indican que en unas elecciones libres los islamistas podrían obtener una considerable cantidad de votos. Para Estados Unidos y Europa sería muy difícil boicotear los resultados, como se hizo con el triunfo de Hamás en Palestina en 2006.

El nerviosismo de Estados Unidos e Israel está agravado por las manifestaciones en Yemen, el fuerte clima de malestar contra la Autoridad Palestina por la revelaciones de la cadena de televisión Al Jazeera en los últimos días sobre su colaboración y predisposición a negociar lo innegociable con Israel, y las fuertes divisiones políticas en Líbano que han dejado al país sin gobierno y a Hezbolá como principal actor.

Pero, además, los gobiernos de Siria, Jordania, Libia y Marruecos son todos autoritarios y sus líderes o bien han llegado al poder de forma hereditaria o planean continuar esa tradición, como es el caso de Muamar al Gadafi.

La periferia estratégica


Estados Unidos ha mantenido durante décadas una doble política de promover la democracia retóricamente y a la vez apoyar firmemente a dictadores mientras estuviesen de su lado, primero en la Guerra Fría, y desde 2001 en la “guerra contra el terrorismo”.

En el caso de diversos países árabes, entre ellos Egipto, Washington ha apoyado en los últimos años a grupos de la sociedad civil y ha solicitado, como lo muestran reciente documentos hechos públicos por Wikileaks, al gobierno de Mubarak que fuese menos represivo y pusiese en marcha reformas políticas y económicas.

Pero como el presidente Obama lo ha comprobado con Israel, Estados Unidos ya no tiene el peso de años atrás, y su voz, pese a los 1.300 millones de dólares en ayuda militar, es menos escuchada o sencillamente no es tenida en cuenta.

Israel, por su parte, trató desde la fundación del Estado en 1948 de establecer relaciones con países de la región o cercanos para romper el aislamiento y el cerco de países árabes. La idea era crear una periferia estratégica. El acuerdo de paz de Camp David le otorgó a Israel una doble seguridad: no recibiría más ataques de Egipto, y El Cairo no lideraría otra guerra contra Israel. Una primera consecuencia fue que Israel redujo sustancialmente su presupuesto militar.

Hasta la caída del Sah de Irán en 1979 las relaciones con este país fueron muy estrechas, pero con la llegada de los islamistas radicales al poder se produjo una progresiva distancia que hoy es enemistad abierta. Por otro lado, Turquía ha sido un fuerte aliado comercial y militar de Israel, pero la nueva política exterior de Ankara ha conducido a fuertes enfrentamientos diplomáticos.

El resto de los países de la región no tienen gobiernos que Israel considere ni amigos ni estables. Líbano es visto como un Estado débil controlado por el para-estado de Hezbolá, y con Siria existe el contencioso por los Altos del Golán y por las armas que aparentemente transfiere a Hezbolá. Jordania es un aliado de Israel pero la mayoría de población palestina en ese país no le permite ser un jugador de peso, ni diplomático ni militar con el que Israel pueda contar.

Aunque resulta imposible prever qué ocurrirá en Egipto en el corto y medio plazo, será también un desafío y una prioridad para los nuevos gobiernos de ese país definir su relación con Estados Unidos e Israel. Las encuestas demuestran que de forma abrumadora la población egipcia comparte valores de Estados Unidos pero se opone a su política, y la de Israel, en la región. Los partidos políticos en un futuro Egipto democrático no podrán eludir esta opinión.

Mariano Aguirre dirige el Norwegian Peacebuilding Centre, Oslo. www.peacebuilding.no

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