José U. Martínez Carreras [2]
Panarabismo, Panislamismo
Como se ha ido indicando, el Panarabismo, o movimiento de unión árabe, se manifiesta y desarrolla de forma paralela e íntimamente unido al nacionalismo árabe: independencia y unidad árabes han sido aspiraciones históricas comunes, que se han mantenido durante un largo tiempo esencialmente interrelacionadas, y aún hoy así se mantienen. El Panarabismo se define como el movimiento de carácter histórico que tiende a la colaboración y la unión de todos los Estados árabes de Asia y de Africa para la formación de una nación árabe.
Los orígenes de este movimiento, estudiado por Boutros-Ghali y E. Jouve, entre otros autores, son antiguos, aunque difusos, y se encuentran en los propios comienzos de la historia del gran imperio medieval árabe; el Panarabismo moderno resurge durante la primera mitad del siglo XIX a partir de un cierto renacimiento cultural y político centrado en el Egipto de Mohamed Ali, que tiende a transformarse en el foco del movimiento y a reagrupar en torno suyo a los países árabes asiáticos.
El Panarabismo y las aspiraciones a la independencia se replantean en la Primera Guerra Mundial, en un esfuerzo de acción común; pero las luchas en los marcos nacionales creados y la intervención occidental no dan como resultado la unidad, sino la balcanización del mundo árabe.
Durante el periodo de entreguerras y con ocasión de la Segunda Guerra Mundial, se mantiene el Panarabismo como ideal de esa unidad y llega a expresarse en algunos proyectos de unión entre países árabes, y en declaraciones de sus organismos y dirigentes. Cuenta también con el apoyo formal británico, manifestado en el discurso de A. Eden en mayo de 1.941 a favor de una unión de Estados árabes, y que se materializa en 1.945 en la ayuda a la formación de la Liga Árabe.
Según el manifiesto del Comité Nacionalista de Siria, publicado en abril de 1.936, y que recoge E. Jouve, la nación árabe está constituida por la población unida por una comunidad de lengua, de mentalidad, de tradición histórica, de modos y costumbres, de intereses y de esperanzas; el fin del Panarabismo es despertar las fuerzas vivas de la nación árabe y organizar sus elementos bajo un gobierno independiente, unido y civilizado.
El Panarabismo desemboca, al final de la Segunda Guerra Mundial, en la constitución de la Liga de Estados Árabes, que, si por un lado es la expresión de esa vieja aspiración de unidad, por otro está muy lejos de la misma tal como se concebía en sus orígenes ideológicos, y en este sentido decepcionó y defraudó a amplios sectores del pueblo árabe, que aún dividido mantenía vivo el ideal panarabista próximo al nivel de la utopía histórica.Exodus1947
Arabismo e islamismo no son sinónimos: ciertamente, el Islam es en general religión de los árabes, pero una gran mayoría de musulmanes no son árabes. En función de ello, Panarabismo y Panislamismo son movimientos distintos, aunque con puntos comunes y desarrollo histórico en parte paralelo.
El Panislamismo, como movimiento de más amplitud y de mayores pretensiones que el Panarabismo, pero, por ello, también menos concreto y de menor coherencia, pretende la cooperación y unificación de todo el mundo musulmán, no limitado sólo a los árabes. El movimiento panislámico surgió como ideología a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX por medio de las doctrinas y la acción de algunos teóricos, en el marco histórico del Sultanato otomano, y se materializó durante la primera mitad del siglo XX, tras la crisis del Califato, con la celebración de una serie de congresos internacionales en un contexto que intentaba ensamblar esta corriente islámica con los pueblos árabes.
Para Boutros- Ghali son dos los principales teóricos del Panislamismo. El primero fue Jamal El-Dine El-Afghani (1.839-97), consejero del sultán y profesor de la Universidad de El Cairo, que expuso las bases de la Alianza islámica, y cuyo pensamiento se fundamentaba en cuatro principios esenciales: el Islam debía ser renovado con ideas tomadas de Occidente, los textos del Corán anuncian la civilización moderna, el Islam debe recuperar la iniciativa , y de todo ello resultará la unificación del mundo islámico.
Abdel Rahman El-Kawakibi (1.849-1.903) es el segundo de los teóricos citados, residente en Egipto, que se dio a conocer por su obra Om el Koura y su proyecto de Organización internacional islámica. En este sentido defendía la creación de una institución internacional musulmana sobre un pacto del que publicó el texto; inicialmente la actividad de esta organización parecía ser más de orden cultural que política.
Pero estas propuestas no tuvieron un eco inmediato, aunque se mantuvo el valor de la idea. Habrá que esperar a que se produzca la crisis del Califato y resurja el ideal de un islamismo modernizado para que, durante el periodo de entreguerra, se celebren una serie de congresos con tales objetivos: el primer congreso islámico se reúne en El Cairo en mayo de 1.926, con asistencia de delegados de trece países musulmanes, entre ellos Egipto, Túnez, Marruecos e India; otros congresos islámicos se celebran posteriormente en La Meca en junio de 1.926, y en Jerusalén en diciembre de 1.931.
Tras la Segunda Guerra Mundial resurge una vez más el movimiento panislámico, desde 1.954, ya con nuevas orientaciones y características.
Al término de la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra la totalidad del mundo árabe-islámico completa, como ya se ha apuntado, su proceso de descolonización con la obtención de las independencias y la consecución de algunas revoluciones nacionalistas. Pero a partir de los precedentes ya vistos y debido, por un lado, a las diferentes situaciones interiores existentes en cada una de las grandes áreas regionales antes señaladas y, por otro, a las distintas reacciones de las potencias occidentales colonizadoras en el contexto internacional, ese proceso se desarrolla, aunque de forma paralela y con análogo carácter, de diversa manera y en distintos tiempos en cada una de las tres grandes regiones árabe-islámicas: en primer lugar, entre los países árabes del Próximo Oriente y los países islámicos no árabes de Oriente Medio, y, después, en los países árabes de áfrica del norte.
La historia política del Próximo Oriente a lo largo del siglo XX, y en especial desde la Segunda Guerra Mundial, es, ante todo, la de los nacionalismos que, en opinión de J. P. Derriennic, es el hilo conductor que permite su mejor comprensión, aunque no es un principio explicativo único, ya que hay una multiplicidad de factores colectivos, como las intervenciones exteriores en la región, el número de conflictos y la frecuencia de cambios políticos internos.
Pero el nacionalismo es, en la mayor parte de los países de la región, el factor político dominante: su ambigüedad está en que es, por un lado, el motor de la resistencia a la dominación europea; pero también, por otro, se trata de una influencia cultural de Europa y, como tal, representa uno de los aspectos más profundos de la influencia perturbadora ejercida por ella sobre las sociedades de la región.
Las estructuras tradicionales de estas sociedades han favorecido la coexistencia sobre el mismo territorio de grupos étnicos, lingüísticos o religiosos muy diferentes, bajo una autoridad política territorial; fundando la legitimidad política sobre la unidad de los grupos de referencia, y, en consecuencia, buscando hacer coincidir ésta con los territorios, el nacionalismo introduce un elemento de rigidez en estas sociedades complejas, y hace la coexistencia entre grupos diferentes mucho más conflictiva.
En los países árabes de Asia –excepto en la Península Arábiga– el nacionalismo provoca situaciones conflictivas permanentes: la heterogeneidad de población es muy grande y la influencia de Europa ha sido demasiado fuerte para que las estructuras políticas tradicionales puedan sobrevivir. El resultado es la existencia de Estados algo inseguros de su propia legitimidad. Incapaces de unirse, con graves conflictos interiores. La inestabilidad de esta región se ha agravado por la implantación sobre su territorio del Estado de Israel, realización de un nacionalismo diferenciado coronado de éxito, a la vez consecuencia y símbolo del poder de los occidentales.
La Segunda Guerra Mundial tiene en el Próximo Oriente repercusiones menos directas y menos profundas que la primera. La principal razón, en opinión de J. P. Derriennic, es la diferencia de situación y de política de Turquía, que entre 1.939 y 1.945 se mantiene neutral y constituye una barrera protectora para el conjunto de la región; por este hecho, la amenaza germano-italiana en dirección a los países árabes se ejerce en África del norte, en torno a Libia. La principal consecuencia de la guerra para los árabes el debilitamiento decisivo que entraña paras las potencias coloniales europeas, sobre todo para Francia y Gran Bretaña.
Así, en los años inmediatos de posguerra, entre 1.945 y 1.946, todos los países árabes de la región eran ya o son entonces independientes: Arabia Saudita, Yemen, Iraq, Transjordania –luego Jordania–, Siria, Líbano y Egipto, cuya historia se encuentra más estrechamente vinculada a los países árabes de esta región que a los del norte de África.
Liga Árabe y Estado de Israel
Dos acontecimientos son especialmente significativos en este momento en esta región, quedando ambos muy pronto confrontados entre sí: la creación de la Liga Árabe y el establecimiento del Estado de Israel.
La Liga de Estados Árabes se constituye en El Cairo en marzo de 1.945, y si por un lado venía a hacer realidad la vieja aspiración de unidad del nacionalismo árabe, por otro, debido a sus propias características y a la influencia británica en su creación, no llega a satisfacer plenamente las aspiraciones de los pueblos árabes.NasserNaguib
Su elaboración es lenta desde el momento en que los británicos, dominantes en la región, junto con los hachemitas, inician sus esfuerzos para realizar el plan de unidad árabe. En diciembre de 1.942, como señala J. P. Alem, el primer ministro de Iraq, Nouri Pachá Said, presenta su proyecto, que comprendía cinco puntos: formación de una Gran Siria que agrupara a Siria, Líbano, Transjordania y Palestina por medio de una unión o federación; creación de una Liga Árabe por la alianza de la Gran Siria e Iraq; la unión tendría un consejo permanente encargado de coordinar las cuestiones relativas a la defensa, los asuntos exteriores, la economía y las finanzas, y la protección de las minorías; una semiautonomía concedida a los judíos de Palestina, y los maronitas del Líbano tendrían un régimen privilegiado.
Pero el plan, que no estaba mal concebido y que beneficiaba a los hachemitas, no contó con la aprobación de los pueblos del Próximo Oriente árabe, sino que, por el contrario, suscitó fuerzas opuestas a su realización.
El primer ministro egipcio, Mustafá Nahas, toma entonces la iniciativa y despliega una contraofensiva a favor de otro plan; desencadena una intensa actividad diplomática y reúne en septiembre de 1.944 una gran conferencia en Alejandría sobre la unidad árabe. Algunos países fueron presionados para asistir y firmar el protocolo final, y en El Cairo, en marzo de 1.945, se firma el pacto de constitución de la Liga de Estados árabes por Egipto, Arabia Saudita, Yemen, Iraq, Transjordania, Siria y Líbano.
Los objetivos de esta Liga, cuya sede se fija en El Cairo, son los de estrechar las relaciones entre los Estados miembros, coordinar su política y preservar su independencia. La organización posee un secretario general, un comité político y comités encargados de los asuntos económicos y financieros, de las comunicaciones, de los asuntos culturales, de las cuestiones de nacionalidad, de la salud y asuntos sociales.
De esta forma, los árabes del Próximo Oriente han creado un lazo que materializa su solidaridad, pero éste no es la unión federal que debía asegurar la preponderancia hachemita, sino un tratado que, manteniendo la división política del Próximo Oriente, va a permitir a Egipto jugar el papel entre las naciones árabes. En su lucha por la primacía árabe, El Cairo ha obtenido una primero victoria sobre Bagdad, y es inevitable que en el seno de la Liga continúe la rivalidad surgida con su nacimiento.
La Liga Árabe, en efecto –escribe M. Rodinson–, no satisface plenamente las aspiraciones ideológicas de los pueblos árabes. Desarrolla una actividad útil en el campo cultural, económico y administrativo, pero no consigue formular una política común. Aunque las orientaciones políticas son idénticas, la coordinación se lleva a cabo más en el plano de la propaganda que en el de la acción concreta.
En el seno de la Liga se enfrentan corrientes opuestas sobre los problemas más cruciales, llegando hasta la hostilidad declarada. Finalmente, y sobre todo, la influencia británica, que la condiciona desde el momento mismo de su fundación y durante cierto tiempo continúa predominando, hace dudar de su independencia.
Pero la Liga Árabe será sometida muy pronto a una dura prueba: el nacimiento del Estado de Israel y la guerra árabe-israelí consiguiente.
Desde la Primera Guerra Mundial, con la Declaración Balfour de 1.917 sobre la creación de un hogar nacional judío, y más acusadamente en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, el problema judeo-árabe en Palestina aparece como el conflicto más grave existente en la región, que ha proseguido hasta nuestros días.
El Mandato inglés sobre Palestina, resultado de la Primera Gran Guerra, ha sido la condición necesaria del desarrollo de la patria nacional judía, y la retirada británica tras el Segundo Conflicto Mundial es la condición también necesaria para su transformación en un Estado. La creación de este Estado constituye, junto con la rebelión de los árabes, el más importante acontecimiento que ejerce una influencia decisiva sobre la evolución del Próximo Oriente en el siglo XX, en opinión de J. P. Derriennic.
Los acontecimientos se precipitan cuando Gran Bretaña decide, al término de la Segunda Guerra Mundial, poner fin a su Mandato en Palestina: en marzo de 1.946 firma un tratado reconociendo la independencia del reino de Transjordania, y se elaboran varios planes para la futura Palestina independiente –Plan Morrison, Plan Bevin– que son rechazados por ambas comunidades de judíos y árabes.
El asunto pasa a la ONU, cuya Asamblea General aprueba, en diciembre de 1.947 –por 35 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones–, el plan de partición de Palestina: el plan proyecta la creación de dos Estados independientes, uno árabe y otro judío, y de una zona internacional en Jerusalén bajo el control de la ONU, con una unión económica entre las tres entidades. El plan es aceptado por los judíos, al ver en él la creación de su Estado, y rechazado por los árabes, produciéndose enfrentamientos entre ambas comunidades.
El 14 de mayo de 1.948 los ingleses ponen fin a su Mandato y abandonan Palestina. Ese mismo día los judíos proclaman el nacimiento del Estado de Israel –de cuya gestación hay abundantes testimonios literarios, de los que son muestra, entre otros, las obras de Leon Uris: Exodo, y de D. Lapierre y L. Collins: ¡Oh, Jerusalén! –, y los ejércitos árabes de Egipto, Líbano, Siria, Iraq y Transjordania entran en Palestina, dando comienzo la primera guerra árabe-israelí. Se prolonga hasta enero de 1.949, y finaliza con la victoria de Israel, firmándose en los meses siguientes los armisticios de paz.
El fin de esta guerra árabe-israelí no significa el fin del enfrentamiento entre ambas comunidades, que continúa hasta nuestros días, transformándose en uno de los principales focos de actualidad no sólo del Próximo Oriente, sino a escala mundial. La guerra, con la victoria israelí, consolida en la región un nuevo Estado, cuya existencia consideran los países árabes derrotados como una agresión permanente, así como una traición de los occidentales; el plan de la ONU, por otro lado, se hace ya inviable.
La derrota en Palestina sacude al mundo árabe hasta sus raíces. Los pueblos árabes se sienten defraudados y humillados, traicionados no solo por los países occidentales –exigiendo una toma de posición más dura y resuelta hacia Gran Bretaña y Francia, aliados de Israel–, sino también por la oligarquía árabe dirigente, incapaz de enfrentarse a sus enemigos y hasta sospechosa de egoísmo conservador y connivencia con el imperialismo occidental.
La hostilidad hacia los países europeos y hacia las capas superiores de la sociedad que aparecen ligadas a aquéllos se acrecienta debido a los esfuerzos de Occidente para involucrar a los países árabes en la dinámica de la guerra fría y crear una cadena de alianzas con pactos militares, bajo la creciente influencia norteamericana, al sur de la URSS.
Repercusiones
El sentimiento nacional árabe, cada vez más extendido y más popular, se dirige contra los occidentales y las clases dirigentes tradicionales, mostrándose a favor de la revolución liberadora y de una auténtica independencia. Los ecos de la derrota militar árabe implican la caída de la monarquía egipcia, el asesinato del rey Abdullah de Jordania, los golpes de Estado que convulsionan a Siria, y las revoluciones en otros países árabes.
Si la derrota de Palestina, en efecto, conmueve a todo el mundo árabe, en Egipto provoca las más graves alteraciones al ser el país que, teóricamente más sólido, había sido el principal vencido en la campaña militar. El sentimiento nacionalista de revolución e independencia es asumido por un Comité de oficiales libres, que organiza un golpe de Estado militar el 23 de julio de 1.952 y se apodera del Gobierno organizando un Consejo de la Revolución, en el que destacan figuras como el general Naguib y el coronel Nasser. El rey Faruk abdica, y un año después es proclamada la república, siendo Naguib su presidente y Nasser jefe del Gobierno.
La revolución egipcia marca el punto de partida de una serie de acontecimientos que entrañan profundas transformaciones en la situación de la región y que alcanzan proyección internacional: un recrudecimiento del conflicto árabe-israelí, la expansión del sentimiento nacionalista revolucionario y popular entre los pueblos árabes, la liquidación de la influencia franco-británica sobre los países árabes, la sustitución de Gran Bretaña por Estados Unidos como potencia occidental dominante en la región y la aproximación entre algunos de estos países árabes y la URSS.
La naturaleza del nuevo régimen egipcio –escribe J. P. Derriennic– y, sobre todo, las circunstancias internacionales de su instalación van a hacer de Egipto, y de su dirigente Nasser, el centro de toda la política árabe. La revolución egipcia sigue así un proceso que alcanza su apogeo con la plena realización de la política nasserista entre 1.956 y 1.970 (año de la muerte de Nasser).
En este proceso hay otra fecha que tiene especial significado no sólo para la región, sino también en la historia internacional: la de 1.956. En este año alcanzan su independencia, por un lado, los primeros países árabes de África del norte –Libia ya lo era formalmente desde 1.952–: Sudán, Túnez y Marruecos; pero sobre todo es el año crucial, de recrudecimiento final, de la guerra fría, por la crisis doble de Budapest y de Suez, de cuya trascendencia e intensidad han quedado abundantes testimonios literarios.
Concretándose a la crisis de Suez, que representó el momento central y culminante de la segunda guerra árabe-israelí entre octubre y noviembre de 1.956, con intervención militar franco-británica y político-diplomática de Estados Unidos y la URSS, se pregunta M. Ferro si esta guerra, la más corta del siglo XX, no será la que habrá tenido las consecuencias más profundas sobre nuestro futuro; constituye de hecho la crisis de Suez uno de los acontecimientos mayores de nuestro siglo, no tanto por sus efectos económicos, sino principalmente desde el punto de vista de la relación de fuerzas en el mundo, de las fuerzas políticas y culturales sobre todo.
Los acontecimientos se precipitan cuando Gran Bretaña decide, al término de la Segunda Guerra Mundial, poner fin a su Mandato en Palestina: en marzo de 1.946 firma un tratado reconociendo la independencia del reino de Transjordania, y se elaboran varios planes para la futura Palestina independiente –Plan Morrison, Plan Bevin– que son rechazados por ambas comunidades de judíos y árabes.
El asunto pasa a la ONU, cuya Asamblea General aprueba, en diciembre de 1.947 –por 35 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones–, el plan de partición de Palestina: el plan proyecta la creación de dos Estados independientes, uno árabe y otro judío, y de una zona internacional en Jerusalén bajo el control de la ONU, con una unión económica entre las tres entidades. El plan es aceptado por los judíos, al ver en él la creación de su Estado, y rechazado por los árabes, produciéndose enfrentamientos entre ambas comunidades.
El 14 de mayo de 1.948 los ingleses ponen fin a su Mandato y abandonan Palestina. Ese mismo día los judíos proclaman el nacimiento del Estado de Israel –de cuya gestación hay abundantes testimonios literarios, de los que son muestra, entre otros, las obras de Leon Uris: Exodo, y de D. Lapierre y L. Collins: ¡Oh, Jerusalén! –, y los ejércitos árabes de Egipto, Líbano, Siria, Iraq y Transjordania entran en Palestina, dando comienzo la primera guerra árabe-israelí. Se prolonga hasta enero de 1.949, y finaliza con la victoria de Israel, firmándose en los meses siguientes los armisticios de paz.
El fin de esta guerra árabe-israelí no significa el fin del enfrentamiento entre ambas comunidades, que continúa hasta nuestros días, transformándose en uno de los principales focos de actualidad no sólo del Próximo Oriente, sino a escala mundial. La guerra, con la victoria israelí, consolida en la región un nuevo Estado, cuya existencia consideran los países árabes derrotados como una agresión permanente, así como una traición de los occidentales; el plan de la ONU, por otro lado, se hace ya inviable.
La derrota en Palestina sacude al mundo árabe hasta sus raíces. Los pueblos árabes se sienten defraudados y humillados, traicionados no solo por los países occidentales –exigiendo una toma de posición más dura y resuelta hacia Gran Bretaña y Francia, aliados de Israel–, sino también por la oligarquía árabe dirigente, incapaz de enfrentarse a sus enemigos y hasta sospechosa de egoísmo conservador y connivencia con el imperialismo occidental.
La hostilidad hacia los países europeos y hacia las capas superiores de la sociedad que aparecen ligadas a aquéllos se acrecienta debido a los esfuerzos de Occidente para involucrar a los países árabes en la dinámica de la guerra fría y crear una cadena de alianzas con pactos militares, bajo la creciente influencia norteamericana, al sur de la URSS.
Repercusiones
El sentimiento nacional árabe, cada vez más extendido y más popular, se dirige contra los occidentales y las clases dirigentes tradicionales, mostrándose a favor de la revolución liberadora y de una auténtica independencia. Los ecos de la derrota militar árabe implican la caída de la monarquía egipcia, el asesinato del rey Abdullah de Jordania, los golpes de Estado que convulsionan a Siria, y las revoluciones en otros países árabes.
Si la derrota de Palestina, en efecto, conmueve a todo el mundo árabe, en Egipto provoca las más graves alteraciones al ser el país que, teóricamente más sólido, había sido el principal vencido en la campaña militar. El sentimiento nacionalista de revolución e independencia es asumido por un Comité de oficiales libres, que organiza un golpe de Estado militar el 23 de julio de 1.952 y se apodera del Gobierno organizando un Consejo de la Revolución, en el que destacan figuras como el general Naguib y el coronel Nasser. El rey Faruk abdica, y un año después es proclamada la república, siendo Naguib su presidente y Nasser jefe del Gobierno.
La revolución egipcia marca el punto de partida de una serie de acontecimientos que entrañan profundas transformaciones en la situación de la región y que alcanzan proyección internacional: un recrudecimiento del conflicto árabe-israelí, la expansión del sentimiento nacionalista revolucionario y popular entre los pueblos árabes, la liquidación de la influencia franco-británica sobre los países árabes, la sustitución de Gran Bretaña por Estados Unidos como potencia occidental dominante en la región y la aproximación entre algunos de estos países árabes y la URSS.
La naturaleza del nuevo régimen egipcio –escribe J. P. Derriennic– y, sobre todo, las circunstancias internacionales de su instalación van a hacer de Egipto, y de su dirigente Nasser, el centro de toda la política árabe. La revolución egipcia sigue así un proceso que alcanza su apogeo con la plena realización de la política nasserista entre 1.956 y 1.970 (año de la muerte de Nasser).
En este proceso hay otra fecha que tiene especial significado no sólo para la región, sino también en la historia internacional: la de 1.956. En este año alcanzan su independencia, por un lado, los primeros países árabes de África del norte –Libia ya lo era formalmente desde 1.952–: Sudán, Túnez y Marruecos; pero sobre todo es el año crucial, de recrudecimiento final, de la guerra fría, por la crisis doble de Budapest y de Suez, de cuya trascendencia e intensidad han quedado abundantes testimonios literarios.
Concretándose a la crisis de Suez, que representó el momento central y culminante de la segunda guerra árabe-israelí entre octubre y noviembre de 1.956, con intervención militar franco-británica y político-diplomática de Estados Unidos y la URSS, se pregunta M. Ferro si esta guerra, la más corta del siglo XX, no será la que habrá tenido las consecuencias más profundas sobre nuestro futuro; constituye de hecho la crisis de Suez uno de los acontecimientos mayores de nuestro siglo, no tanto por sus efectos económicos, sino principalmente desde el punto de vista de la relación de fuerzas en el mundo, de las fuerzas políticas y culturales sobre todo.
En este sentido, significa el momento clave de la decadencia de Europa y la aparición con peso propio en la escena internacional de un Tercer Mundo surgido de la descolonización incontenible, junto a la aptitud de Estados Unidos para implantar su hegemonía, por un lado, y la capacidad de la URSS para extender su influencia entre los países afroasiáticos, por otro.
En sentido análogo recoge J. P. Derriennic el balance múltiple de la crisis de Suez: para Gran Bretaña y Francia es un fracaso total; para Egipto, una victoria al quedarse con el Canal y alcanzar Nasser un gran prestigio; para Israel, supone lograr sus objetivos en la zona; para Estados Unidos, constituye el planteamiento de una reordenación política que se expresará en la Doctrina Eisenhower en 1.957 de intervención y ayuda; y para la URSS representa aparecer como defensora de las naciones agredidas como Egipto, a la que prestará su apoyo.
Las repercusiones de todo este complejo conjunto de factores se hacen notar durante los años sucesivos en una serie de acontecimientos que se prolongan de manera incontenible y principalmente alcanzan una doble proyección: por un lado, la propagación del nacionalismo en forma de movimientos revolucionarios antioccidentales y la consecución de las independencias por todos los países árabes, y, por otro, la intensificación del conflicto árabe-israelí, que lleva al estallido de nuevas guerras.
En el primer aspecto, los sentimientos nacionales antioccidentales y populares de los pueblos árabes dan origen, en efecto, a una serie continuada de movimientos revolucionarios y proclamaciones de independencia entre los países árabes del Próximo Oriente, al mismo tiempo que en un proceso paralelo se dan revoluciones e independencias entre los países árabes de África del norte: así, las alteraciones en Siria, donde a través de continuados golpes de Estado militares, iniciados en 1.949, se forma una opinión pública neutralista, con el triunfo en las elecciones de 1.957 del Partido Socialista Baas, la unión con Egipto entre 1.958 y 1.961, y la formación de la RAU y la nueva victoria socialista en 1.963 con la proclamación en 1.964 de la República Popular Siria.
En Iraq estalla la revolución en 1.958 con un golpe militar de los oficiales libres, que proclaman la República poniendo fin a la monarquía hachemita y liquidando el Pacto de Bagdad organizado por Estados Unidos en 1.955. en 1.961 Kuwait obtiene la independencia de Gran Bretaña, con la que firma un acuerdo. Otra revolución en Yemen en 1.962 por un golpe militar proclama igualmente la República, derrocando la monarquía e iniciándose una larga guerra civil. En 1.967 Aden obtiene la independencia de Gran Bretaña, transformándose en la República Democrática y Popular de Yemen del Sur.
A lo largo de 1.971 acceden a la independencia los últimos Estados árabes del Golfo Pérsico –donde Omán y Kuwait ya están constituidos como Estados soberanos y prooccidentales–: son los casos de Bahrein, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, federación de los emiratos de la costa.
En el segundo aspecto antes citado, con el apogeo del nasserismo, la difícil situación entre los Estados árabes e Israel, estabilizada desde 1.957, se degrada de nuevo a partir de 1.962, desembocando en la tercera guerra árabe-israelí, la llamada de los Seis Días, en junio de 1.967, en la que los israelíes ocupan los territorios árabes del Sinaí, Golán y Cisjordania.
Las consecuencias de esta nueva crisis son: se acelera el declive del nasserismo en un Egipto en dificultades; se modifican los datos del conflicto árabe-israelí, que vuelve al primer plano internacional la situación del Próximo Oriente, se transforma el statu quo territorial al ocupar Israel directamente territorios egipcios, sirios y jordanos, y las organizaciones palestinas de lucha van adquiriendo autonomía respecto a los gobiernos árabes, como ocurre con la principal de ellas, la OLP. La Organización para la Liberación de Palestina, fundada en 1.964 y presidida por Ahmed el Chukeiri, fue manejada por El Cairo hasta 1.969. En ese año, con la elección de Yasser Arafat como presidente, la OLP cobra auténtica personalidad palestina y gran libertad de maniobra para luchar contra Israel.
Tras la tercera guerra, los israelíes permanecen en las posiciones ocupadas, sosteniendo una dura guerra de desgaste en el frente del Canal y un continuo hostigamiento interior y exterior por parte de los guerrilleros palestinos.
En 1.970 cambiará bastante el panorama. La escalada del terrorismo palestino amenaza a los propios regímenes árabes, sobre todo al jordano y al libanés. En ambos países se da una guerra feroz entre las organizaciones palestinas y los ejércitos nacionales apoyados por milicias antipalestinas. En Jordania se produce la tremenda represión de septiembre, que los palestinos llamaron septiembre negro. Aquellas luchas y su desgaste frenaron el gran impulso del terrorismo nacionalista palestino, que en su lucha contra Israel se convirtió en factor importante de desestabilización en el mundo árabe.
Tanto es así, que la solución de aquella crisis, unido a su estado de precaria salud, costó la vida al presidente Nasser (septiembre de 1.970). Le sucede Annuar el Sadat, que termina por ratificar el plan Rogers (alto el fuego en la zona del Canal) y por aceptar una mayor presencia soviética en la zona, a la par que crecía el poder político de los comunistas. Después de dos años de lucha por el poder, Sadat logró su objetivo, marginando a la facción izquierdista.
La situación de conflicto tenso llevará, en octubre de 1.973, a la cuarta guerra árabe-israelí, la denominada del Yom Kippur, que se desarrollará en el Sinaí –a orillas del Canal– y en el Golán. Esta guerra confirma a esta región como la principal zona conflictiva de la tierra, haciendo depender de su suerte política el destino económico de los países industrializados importadores de petróleo.
Además, esta crisis representa el retroceso de la URSS en Egipto y el incremento del poder norteamericano, bajo cuyo patrocinio (mediación Kissinger) se llega a negociaciones que permiten la separación de fuerzas y, en 1.975, la reapertura del Canal de Suez , cerrado desde 1.967. Asimismo, se reorienta hacia Occidente la política de Sadat, que en 1.977 realiza un espectacular viaje a Tel-Aviv.
Bajo el patrocinio de Washington se inician negociaciones entre Israel y Egipto y, en marzo de 1.979, se firman los acuerdos de Camp David por los que ambos países llegaban a un tratado de paz, con la consiguiente retirada judía del Sinaí.
De esta forma el conflicto árabe-israelí entra en una nueva fase de estabilización, quedando los palestinos como la única fuerza en lucha contra Israel.
Para algunos autores, la invasión de Israel del Líbano, convulsionado por una inacabable guerra civil, y la batalla de Beirut consiguiente en el verano de 1.982, con el fin de acabar con la acción palestina, constituye la quinta guerra árabe-israelí, que ha dado como resultado la ocupación del sur libanés por Israel, la salida de los palestinos del país y la firma de un tratado entre Israel y Líbano en 1.983, anulado por éste en 1.984.
Toda esta situación ha evolucionado en el marco internacional en que se mantiene el Próximo Oriente desde la Primera Guerra Mundial, y que constituye igualmente un factor de primer orden para la región: el de la presencia, influencia e intervención de las potencias occidentales.
Esta acción internacional tiene dos claras fases: hasta 1.954 se extiende la preponderancia británica, y desde 1.955 se impone la influencia de Estados Unidos como potencia dominante en sustitución de los británicos, involucrando a los países árabes en la dinámica de la guerra fría.
Escribe M. Colombe, en este sentido, que el Oriente árabe se transforma en uno de los teatros del enfrentamiento entre las dos grandes potencias: la cuestión del Próximo Oriente adquiere de esta manera una nueva dimensión, estrechamente ligada a la del futuro de un mundo dividido en dos bloques.
Exponentes de la política intervensionista norteamericana en esta fase son el Pacto de Bagdad, establecido en febrero de 1.955 e integrado, además de Estados Unidos y Gran Bretaña, por Iraq, Turquía, Irán y Pakistán, que tras la revolución iraquí de 1.958 se transforma en la Organización del Tratado Central –CENTO–, con sede en Turquía, y en enero de 1.957 la formulación de la Doctrina Eisenhower, que prevé la intervención eventual de las tropas norteamericanas a petición de un país amenazado por el comunismo internacional.
Además, se encuentran los acuerdos bilaterales establecidos entre Estados Unidos y algunos países de la región en cada momento oportuno: Israel, Turquía, Irán, Arabia Saudita, Jordania, Egipto. La presión norteamericana hace que se desarrolle en varios de estos países una corriente de neutralismo positivo, que se había manifestado a escala internacional en la Conferencia Afroasiática de Bandung en 1.955, que tendía hacia la resistencia contra la influencia occidental; este neutralismo activo tiene como representante y protagonista a Nasser, continuándose en la política de no alineación, que se materializa en la Primera Conferencia de Países No Alineados en Belgrado en 1.961, junto a Nehru, Tito y Sukarno, y que ha sido seguida por la mayoría de los países de la zona frente a la presión de las grandes potencias.
Por último, otro factor clave para la región, con proyección mundial, es la cuestión del petróleo y la creciente importancia de los países productores de esa fuente de energía, como lo ha señalado J. P. Derriennic. Tras dos conferencias preparatorias, en Bagdad en 1.960 y en Caracas en 1.961, a iniciativa de Iraq y Venezuela, se funda en estos momentos la OPEP, integrada por Arabia Saudita, Irán, Iraq, Kuwait y Venezuela, a los que se unen en años sucesivos Qatar, Libia, Indonesia, Abu Dhabi, Argelia, Nigeria, Ecuador y Gabón, con la organización de un secretariado permanente en Viena.
La creación de la OPEP modifica las bases del mercado mundial del petróleo. Los Estados productores extienden su control sobre las actividades de producción, sea por la nacionalización como Argelia o Iraq, sea por la participación en las compañías, como en Arabia Saudita o Kuwait.
El aumento de la demanda mundial de petróleo, consecuencia de las ventajas prácticas que representa este producto en relación con las otras fuentes de energía, va a permitir a la OPEP jugar en los años sesenta un papel de primer orden a escala internacional, sobre todo cuando a partir de 1.973 acuerda el alza de los precios del petróleo, que tiene repercusiones en la crisis económica mundial de los setenta.
A finales de esta década los países árabes del Próximo Oriente productores de petróleo, en especial Arabia Saudita, unido al cambio de política experimentado en Irán por la revolución islámica [3] , alcanzan un papel mayor en el sistema económico mundial, y, en concreto, el reino árabe se convierte en un Estado líder entre el resto de los países árabes, y en un firme aliado de Occidente en la región.
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NOTAS.-
[1] Segunda parte del artículo publicado en Alif Nûn nº 36 , marzo de 2.006. Extraído del nº 24 de la revista Historia Universal-Siglo XX, "La independencia árabe- El nacimiento de Israel". Historia 16.
[2] Historiador. Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid.
[3] Para más información sobre la revolución islámica de Irán, véase Amrei Rahman, Irán, luces y sombras de una revolución , revista Alif Nûn nº 32, noviembre de 2005 (Nota de la Redacción).
En sentido análogo recoge J. P. Derriennic el balance múltiple de la crisis de Suez: para Gran Bretaña y Francia es un fracaso total; para Egipto, una victoria al quedarse con el Canal y alcanzar Nasser un gran prestigio; para Israel, supone lograr sus objetivos en la zona; para Estados Unidos, constituye el planteamiento de una reordenación política que se expresará en la Doctrina Eisenhower en 1.957 de intervención y ayuda; y para la URSS representa aparecer como defensora de las naciones agredidas como Egipto, a la que prestará su apoyo.
Las repercusiones de todo este complejo conjunto de factores se hacen notar durante los años sucesivos en una serie de acontecimientos que se prolongan de manera incontenible y principalmente alcanzan una doble proyección: por un lado, la propagación del nacionalismo en forma de movimientos revolucionarios antioccidentales y la consecución de las independencias por todos los países árabes, y, por otro, la intensificación del conflicto árabe-israelí, que lleva al estallido de nuevas guerras.
En el primer aspecto, los sentimientos nacionales antioccidentales y populares de los pueblos árabes dan origen, en efecto, a una serie continuada de movimientos revolucionarios y proclamaciones de independencia entre los países árabes del Próximo Oriente, al mismo tiempo que en un proceso paralelo se dan revoluciones e independencias entre los países árabes de África del norte: así, las alteraciones en Siria, donde a través de continuados golpes de Estado militares, iniciados en 1.949, se forma una opinión pública neutralista, con el triunfo en las elecciones de 1.957 del Partido Socialista Baas, la unión con Egipto entre 1.958 y 1.961, y la formación de la RAU y la nueva victoria socialista en 1.963 con la proclamación en 1.964 de la República Popular Siria.
En Iraq estalla la revolución en 1.958 con un golpe militar de los oficiales libres, que proclaman la República poniendo fin a la monarquía hachemita y liquidando el Pacto de Bagdad organizado por Estados Unidos en 1.955. en 1.961 Kuwait obtiene la independencia de Gran Bretaña, con la que firma un acuerdo. Otra revolución en Yemen en 1.962 por un golpe militar proclama igualmente la República, derrocando la monarquía e iniciándose una larga guerra civil. En 1.967 Aden obtiene la independencia de Gran Bretaña, transformándose en la República Democrática y Popular de Yemen del Sur.
A lo largo de 1.971 acceden a la independencia los últimos Estados árabes del Golfo Pérsico –donde Omán y Kuwait ya están constituidos como Estados soberanos y prooccidentales–: son los casos de Bahrein, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, federación de los emiratos de la costa.
En el segundo aspecto antes citado, con el apogeo del nasserismo, la difícil situación entre los Estados árabes e Israel, estabilizada desde 1.957, se degrada de nuevo a partir de 1.962, desembocando en la tercera guerra árabe-israelí, la llamada de los Seis Días, en junio de 1.967, en la que los israelíes ocupan los territorios árabes del Sinaí, Golán y Cisjordania.
Las consecuencias de esta nueva crisis son: se acelera el declive del nasserismo en un Egipto en dificultades; se modifican los datos del conflicto árabe-israelí, que vuelve al primer plano internacional la situación del Próximo Oriente, se transforma el statu quo territorial al ocupar Israel directamente territorios egipcios, sirios y jordanos, y las organizaciones palestinas de lucha van adquiriendo autonomía respecto a los gobiernos árabes, como ocurre con la principal de ellas, la OLP. La Organización para la Liberación de Palestina, fundada en 1.964 y presidida por Ahmed el Chukeiri, fue manejada por El Cairo hasta 1.969. En ese año, con la elección de Yasser Arafat como presidente, la OLP cobra auténtica personalidad palestina y gran libertad de maniobra para luchar contra Israel.
Tras la tercera guerra, los israelíes permanecen en las posiciones ocupadas, sosteniendo una dura guerra de desgaste en el frente del Canal y un continuo hostigamiento interior y exterior por parte de los guerrilleros palestinos.
En 1.970 cambiará bastante el panorama. La escalada del terrorismo palestino amenaza a los propios regímenes árabes, sobre todo al jordano y al libanés. En ambos países se da una guerra feroz entre las organizaciones palestinas y los ejércitos nacionales apoyados por milicias antipalestinas. En Jordania se produce la tremenda represión de septiembre, que los palestinos llamaron septiembre negro. Aquellas luchas y su desgaste frenaron el gran impulso del terrorismo nacionalista palestino, que en su lucha contra Israel se convirtió en factor importante de desestabilización en el mundo árabe.
Tanto es así, que la solución de aquella crisis, unido a su estado de precaria salud, costó la vida al presidente Nasser (septiembre de 1.970). Le sucede Annuar el Sadat, que termina por ratificar el plan Rogers (alto el fuego en la zona del Canal) y por aceptar una mayor presencia soviética en la zona, a la par que crecía el poder político de los comunistas. Después de dos años de lucha por el poder, Sadat logró su objetivo, marginando a la facción izquierdista.
La situación de conflicto tenso llevará, en octubre de 1.973, a la cuarta guerra árabe-israelí, la denominada del Yom Kippur, que se desarrollará en el Sinaí –a orillas del Canal– y en el Golán. Esta guerra confirma a esta región como la principal zona conflictiva de la tierra, haciendo depender de su suerte política el destino económico de los países industrializados importadores de petróleo.
Además, esta crisis representa el retroceso de la URSS en Egipto y el incremento del poder norteamericano, bajo cuyo patrocinio (mediación Kissinger) se llega a negociaciones que permiten la separación de fuerzas y, en 1.975, la reapertura del Canal de Suez , cerrado desde 1.967. Asimismo, se reorienta hacia Occidente la política de Sadat, que en 1.977 realiza un espectacular viaje a Tel-Aviv.
Bajo el patrocinio de Washington se inician negociaciones entre Israel y Egipto y, en marzo de 1.979, se firman los acuerdos de Camp David por los que ambos países llegaban a un tratado de paz, con la consiguiente retirada judía del Sinaí.
De esta forma el conflicto árabe-israelí entra en una nueva fase de estabilización, quedando los palestinos como la única fuerza en lucha contra Israel.
Para algunos autores, la invasión de Israel del Líbano, convulsionado por una inacabable guerra civil, y la batalla de Beirut consiguiente en el verano de 1.982, con el fin de acabar con la acción palestina, constituye la quinta guerra árabe-israelí, que ha dado como resultado la ocupación del sur libanés por Israel, la salida de los palestinos del país y la firma de un tratado entre Israel y Líbano en 1.983, anulado por éste en 1.984.
Toda esta situación ha evolucionado en el marco internacional en que se mantiene el Próximo Oriente desde la Primera Guerra Mundial, y que constituye igualmente un factor de primer orden para la región: el de la presencia, influencia e intervención de las potencias occidentales.
Esta acción internacional tiene dos claras fases: hasta 1.954 se extiende la preponderancia británica, y desde 1.955 se impone la influencia de Estados Unidos como potencia dominante en sustitución de los británicos, involucrando a los países árabes en la dinámica de la guerra fría.
Escribe M. Colombe, en este sentido, que el Oriente árabe se transforma en uno de los teatros del enfrentamiento entre las dos grandes potencias: la cuestión del Próximo Oriente adquiere de esta manera una nueva dimensión, estrechamente ligada a la del futuro de un mundo dividido en dos bloques.
Exponentes de la política intervensionista norteamericana en esta fase son el Pacto de Bagdad, establecido en febrero de 1.955 e integrado, además de Estados Unidos y Gran Bretaña, por Iraq, Turquía, Irán y Pakistán, que tras la revolución iraquí de 1.958 se transforma en la Organización del Tratado Central –CENTO–, con sede en Turquía, y en enero de 1.957 la formulación de la Doctrina Eisenhower, que prevé la intervención eventual de las tropas norteamericanas a petición de un país amenazado por el comunismo internacional.
Además, se encuentran los acuerdos bilaterales establecidos entre Estados Unidos y algunos países de la región en cada momento oportuno: Israel, Turquía, Irán, Arabia Saudita, Jordania, Egipto. La presión norteamericana hace que se desarrolle en varios de estos países una corriente de neutralismo positivo, que se había manifestado a escala internacional en la Conferencia Afroasiática de Bandung en 1.955, que tendía hacia la resistencia contra la influencia occidental; este neutralismo activo tiene como representante y protagonista a Nasser, continuándose en la política de no alineación, que se materializa en la Primera Conferencia de Países No Alineados en Belgrado en 1.961, junto a Nehru, Tito y Sukarno, y que ha sido seguida por la mayoría de los países de la zona frente a la presión de las grandes potencias.
Por último, otro factor clave para la región, con proyección mundial, es la cuestión del petróleo y la creciente importancia de los países productores de esa fuente de energía, como lo ha señalado J. P. Derriennic. Tras dos conferencias preparatorias, en Bagdad en 1.960 y en Caracas en 1.961, a iniciativa de Iraq y Venezuela, se funda en estos momentos la OPEP, integrada por Arabia Saudita, Irán, Iraq, Kuwait y Venezuela, a los que se unen en años sucesivos Qatar, Libia, Indonesia, Abu Dhabi, Argelia, Nigeria, Ecuador y Gabón, con la organización de un secretariado permanente en Viena.
La creación de la OPEP modifica las bases del mercado mundial del petróleo. Los Estados productores extienden su control sobre las actividades de producción, sea por la nacionalización como Argelia o Iraq, sea por la participación en las compañías, como en Arabia Saudita o Kuwait.
El aumento de la demanda mundial de petróleo, consecuencia de las ventajas prácticas que representa este producto en relación con las otras fuentes de energía, va a permitir a la OPEP jugar en los años sesenta un papel de primer orden a escala internacional, sobre todo cuando a partir de 1.973 acuerda el alza de los precios del petróleo, que tiene repercusiones en la crisis económica mundial de los setenta.
A finales de esta década los países árabes del Próximo Oriente productores de petróleo, en especial Arabia Saudita, unido al cambio de política experimentado en Irán por la revolución islámica [3] , alcanzan un papel mayor en el sistema económico mundial, y, en concreto, el reino árabe se convierte en un Estado líder entre el resto de los países árabes, y en un firme aliado de Occidente en la región.
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NOTAS.-
[1] Segunda parte del artículo publicado en Alif Nûn nº 36 , marzo de 2.006. Extraído del nº 24 de la revista Historia Universal-Siglo XX, "La independencia árabe- El nacimiento de Israel". Historia 16.
[2] Historiador. Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid.
[3] Para más información sobre la revolución islámica de Irán, véase Amrei Rahman, Irán, luces y sombras de una revolución , revista Alif Nûn nº 32, noviembre de 2005 (Nota de la Redacción).
1 comentario:
Hola. ¿Sería posible compartir el artículo completo de José Urbano Martínez Carreras sobre "Revolución e independencia en el Mundo árabe-islámico"? Gracias!
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