viernes, 18 de febrero de 2011

Oriente Medio y la geopolítica del petróleo


Alberto Cruz*

El petróleo es, por el momento, el motor del desarrollo de la economía mundial. No sólo es uno de los principales elementos de referencia para planificar la política económica de un país, sino el elemento principal para diagnosticar la salud del sistema económico capitalista tal y como hoy lo conocemos.

Desde que en 1908 se descubriese el primer yacimiento importante de petróleo en Irán, los países desarrollados, especialmente los EE UU, consideraron estratégicamente importante la creación de Estados que fuesen leales, y al mismo tiempo deudores, en esa zona del mundo. Así, en 1922 se apoya la creación de Arabia Saudí y en 1961 se reconoce a Kuwait (que hasta ese momento había sido una provincia iraquí). Pero lo más importante viene después.


La radicalización del Baas iraquí, que había derrocado a la monarquía con un golpe militar en 1963, tras la llegada de Sadam Husein al poder y su alianza con la Unión Soviética, sembró la alarma de las potencias occidentales y en menos de cuatro meses, en 1971, se reconoció a otros tres nuevos Estados: Bahrein, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. En otras palabras: donde había petróleo se puso un emir o un rey y se reconoció a un país.

Pero los nuevos Estados, conscientes de su poder, desatan la primera crisis del petróleo en 1973 y es entonces cuando se inician una serie de estudios sobre las reservas conocidas. Como consecuencia de estos estudios se considera hoy que hay reservas suficientes para garantizar la producción al mismo nivel que ahora, o incluso algo superior, durante unos 50 años. Por lo tanto, se puede decir que el petróleo es un recurso estratégico a medio y largo plazo.

Se da la circunstancia de que las reservas que se conocen están, en sus dos terceras partes, en Oriente Medio. Según los datos del Statistical Review of World Energy de 2006, de un total de 1,2 billones de barriles de petróleo Oriente Medio cuenta con el 61,9 por ciento del total y son dos países, Arabia Saudí e Irán, los que encabezan el ranking con el 22 y el 11,5 por ciento de esas reservas, respectivamente. Es decir, que son sólo dos países los que poseen un tercio de las reservas mundiales de petróleo. Un dato que nos puede ayudar a comprender no sólo la importancia de conflictos como el de Irak, sino las amenazas que se vienen vertiendo contra Irán.

Por el contrario, en todo el continente americano (Norte y Sur) las reservas probadas suponen sólo el 13,6 por ciento del total del planeta y de esa cantidad las tres cuartas partes se encuentran en Venezuela. Y por lo que respecta a Europa (contando con Rusia y su zona asiática) la cifra se sitúa en el 11,7 por ciento.

Con estas cifras a nadie puede extrañar que Oriente Medio sea, desde la década de 1980, una zona de intervención imperialista. Quien diseñó esta estrategia es el hombre que hoy aparece como adalid de la paz en el mundo, el ex presidente estadounidense James Carter, curiosamente, Premio Nobel de la Paz. La excusa fue el triunfo de la revolución islámica en Irán, en 1979, que derrocó al régimen corrupto y brutal del Sha, un hombre que había sido calificado como "un pequeño imperialista local" y que contaba con el aval de Occidente. Es algo que dice Cyrus Vance, quien fue secretario de Estado de EE UU, en sus memorias: "Dentro de la nueva estrategia militar de los Estados Unidos, que se basaba en la experiencia de la derrota en Vietnam, los gobiernos de Nixon y Ford y con el apoyo de Kissinger insistieron en que el Sha de Irán garantizara la estabilidad y gobernabilidad en la región" [1].

La "Doctrina Carter"y la invasión de Irak

La "Doctrina Carter", como se la conoce en el ámbito de las relaciones internacionales, establece, en síntesis, que las reservas de petróleo del Golfo Pérsico son de vital interés para EE UU y, a partir del momento en que se puso en práctica esta doctrina, en 1981, se justifica la intervención militar. Las palabras textuales de esta doctrina son las siguientes: "Cualquier intento de parte de otra fuerza [ajena a los EE UU] de obtener el control del Golfo Pérsico, será considerado como ataque a los intereses vitales de los Estados Unidos y será rechazado por todos los medios necesarios, incluyendo los militares" [2].

Una decisión de política exterior de este calibre tenía que verse respaldada por un despliegue militar, y es así que se constituye la Fuerza de Despliegue Rápido, que actualmente se denomina Comando Central de los Estados Unidos, y que sirve al Ministerio de Defensa y el Pentágono para conducir todas las operaciones militares en Oriente Medio contando con bases aéreas en Bahrein, archipiélago Diego García (que arrienda a Gran Bretaña en el Océano Indico), Omán y Arabia Saudí.

Por lo tanto, no resulta novedoso que las diferentes administraciones estadounidenses desde entonces (Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo) hayan convertido Oriente Medio en la prioridad de su política exterior y, en concreto, la región del Golfo Pérsico, de importancia estratégica para la principal potencia del capital mundial.

Es sabido que EE UU produce sólo el 40 por ciento del petróleo que consume y que el resto tiene que importarlo. Al mismo tiempo, sus existencias de gas están reduciéndose progresivamente y apenas tiene ya capacidad para generar nuevas reservas. Éstas, junto al diseño neocolonial de Oriente Medio para convertir a Israel en la potencia central de la zona y lograr su reconocimiento definitivo por los Estados árabes considerados moderados, es decir, aliados de los EE UU, fueron las razones por las que invadió Irak en el año 2003.

Ilustración: Martín MantxoComo consecuencia del embargo que sufría Irak, impuesto por la ONU tras la invasión de Kuwait en 1990, el país árabe tenía su industria petrolera prácticamente en mínimos. Sin embargo, había logrado burlar algunas de esas sanciones y había establecido acuerdos y firmado contratos de extracción y futura explotación del petróleo con compañías rivales de las estadounidenses como la Total Fina Elf de Francia, la Lukoil de Rusia y la Corporación Nacional de Petróleo de China. Es decir, había "otras fuerzas" intentando obtener el control de uno de los países más ricos en reservas petrolíferas del Golfo Pérsico ("Doctrina Carter") y eso fue considerado un ataque a los intereses vitales de EE UU, por lo que se decidió invadir Irak.

A través de esta acción, al margen de toda legalidad internacional, los EE UU se aseguraban el control del petróleo iraquí. Uno de los datos poco conocidos es que durante los bombardeos que iniciaron la invasión el único Ministerio que no fue afectado por las bombas fue, precisamente, el de Petróleo. El otro, ya más conocido, fue que una de las primeras medidas del procónsul Paul Bremer fue desconocer los contratos firmados por el gobierno de Sadam Husein con las compañías antes mencionadas.

La estrategia estadounidense era doble. Por una parte, normalizar la producción petrolífera y facilitar la salida de Irak de la OPEP; lo que llevaría, a medio plazo, a un flujo de petróleo más barato y seguro al mercado al rebajar considerablemente el precio del barril hasta los 20 dólares. Por otra, en el caso de no lograr normalizar la producción a corto plazo, como así ha ocurrido, se mantendría a Irak dentro de la OPEP pero reforzando siempre las posturas "moderadas" de Arabia Saudí y, al mismo tiempo, amenazando con incrementar la producción cuando fuese posible (el actual ministro del Petróleo de Irak, el colaboracionista Hussein al-Sharistani, ha dicho que el objetivo a medio plazo es poner en el mercado más de 6 millones de barriles diarios) para lograr que el precio del barril no superase los 30 dólares. En ambos casos, los EE UU serían vistos no ya como una potencia imperial violatoria del Derecho Internacional sino una potencia hegemónica, sí, pero "benigna", al lograr moderar los precios del barril de petróleo e impedir una recesión económica a nivel mundial.

Reforzar a Arabia Saudí…

A cinco años de la invasión de Irak, se puede decir que los planes de EE UU han fracasado. El precio del barril de petróleo supera los 100 dólares y en la OPEP hay marejada de fondo sobre la necesidad o no de introducir otras monedas, como el euro, en las transacciones financieras petrolíferas. Mientras países amigos de los EE UU como Qatar, los Emiratos Árabes Unidos o el mismo Kuwait están reduciendo el nivel de sus reservas monetarias en dólares e incrementando el porcentaje de sus reservas en euros, sólo los saudíes e iraquíes se mantienen fieles a la moneda estadounidense.

En Oriente Medio hay una situación de fragilidad que preocupa a los principales ideólogos estadounidenses, acentuada desde que en el verano de 2006 el movimiento político-militar libanés Hizbulá derrotase a la hasta entonces todopoderosa máquina de guerra israelí. Pensadores como Patrick Clauwson o Michael Klave sostienen que EE UU, si quiere mantener su dominio en Oriente Medio debe preservar a Arabia Saudí de la inestabilidad puesto que este país posee el 22 por ciento de las reservas mundiales de petróleo. Hay otros más radicales, como Zbigniew Brezinski, ex Consejero de Seguridad Nacional, y Richard Haas, asesor de George Bush, que consideran que ha terminado el dominio estadounidense en Oriente Medio y que ha empezado una nueva era. Estos dos últimos personajes, por diferentes caminos, coinciden en señalar que "una nueva era ha comenzado en la historia moderna de la región (…) en la que la hay que tener en cuenta la preponderancia de las fuerzas locales [léase países] frente a los actores externos [las potencias tradicionalmente influyentes, como los EE UU]" [3].

Ni Brezinski ni Hass lo dicen con claridad, pero se puede afirmar que se está formando una nueva estructura regional de seguridad que incluye a varios países: Arabia Saudí, Turquía, Siria e Irán. Y de ellos, el primero y el último (los dos países con mayores reservas petrolíferas de la zona) son los más activos moviendo sus piezas en el tablero regional. Saudíes e iraníes se han enzarzado en una lucha sorda por el control no ya de Oriente Medio, sino del Magreb y el Lejano Oriente. Pero mientras que en el caso iraní no hay padrino y actúa así como consecuencia del fracaso de la estrategia estadounidense en Irak, en el caso saudí es evidente que no se hubiese atrevido a dar ese paso de ejercer como potencia regional sin el apoyo, y beneplácito, de los EE UU al estar Israel sumido en una profunda crisis como consecuencia de sus fracasos en Líbano en 2006 y en Gaza en 2008.

… y asegurar el agua

Sin embargo, con ser el petróleo el eje actual del conflicto en Oriente Medio y su repercusión en la economía mundial, no hay que perder de vista que la próxima crisis que se vislumbre en esta zona sea por el agua. Mientras que las reservas petrolíferas se mantienen, o incluso aumentan con el descubrimiento de nuevos yacimientos (de hecho la producción se mantiene hoy al mismo nivel que hace dos años, en los 85 millones de barriles diarios) no ocurre lo mismo con los recursos acuíferos, situados en estos momentos en el 1 por ciento del total mundial.

Países como Bahrein, Jordania, Kuwait, Qatar, Arabia Saudí, Yemen, los Emiratos Árabes Unidos, Israel y los Territorios Ocupados de Palestina (en este caso por el robo de los acuíferos por parte israelí) tienen problemas evidentes de abastecimiento de su población. La ocupación de los Altos del Golán, pertenecientes a Siria, por parte de Israel durante la llamada "Guerra de los Seis Días" se debió a las necesidades de agua de Israel y éste es el hecho por el que todavía hoy el Estado hebreo se niega siquiera a dialogar con Siria sobre la devolución de este territorio. Y la explotación de las aguas de los ríos libaneses Wazzani y Hasbani por los israelíes fue una de las razones de prolongar la ocupación del sur de Líbano durante 20 años, hasta que fueron obligados a abandonar el país tras una larga y heroica resistencia de Hizbulá. Sin embargo, los israelíes aún hoy impiden el pleno disfrute por parte de los libaneses de las aguas de estos ríos (afluentes del río Jordán que fluye hacia el lago Tiberíades) pese a las carencias acuíferas del sur de Líbano bajo la amenaza israelí de ataque militar.

Precisamente éste es uno de los motivos principales del conflicto en Líbano y del interés de EE UU en este pequeño país. En geopolítica no hay casualidades y merece la pena mencionar que casi coincidiendo con el bombardeo israelí de Líbano, en julio de 2006, se inauguró el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan que une el Mar Caspio con el Mediterráneo oriental [4]. Un proyecto que servirá, entre otras cosas, para surtir de petróleo a Israel y que ha sido diseñado por EE UU. Lo mismo que el proyecto de oleoducto para traer agua a Israel, bombeándola desde las fuentes superiores del sistema de los ríos Tigris y Eúfrates, que nacen en Turquía pero la mayor parte de su recorrido se realiza por Irak.


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Alberto Cruz es periodista, politógolo y escritor. Este artículo ha sido publicado originalmente en el nº 32 de la Revista Pueblos, junio de 2008.

Notas
[1] Vance, Cyrus, Hard Choices, 1983.

[2] Alberto Cruz, "Breve manual de la política exterior de los EEUU", 2003.

[3] Foreing Affairs, noviembre-diciembre 2006.

[4] Michel Chossudovsky, "La guerra del Líbano y la batalla por el petróleo", agosto 2006.

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