DARÍO VALCÁRCEL
SEIS días después de que comenzaran las manifestaciones, el ejército egipcio retiraba a la policía de las calles: los carros acorazados indicaban claramente quién ejercía el poder. La policía había hecho más de 300 muertos. Los manifestantes habían contestado con no poco valor. Era un triunfo de la no-violencia. El comportamiento de los cairotas, también el de millones de jóvenes de Alejandría, Port Said, Suez y tantas ciudades más, sorprendió a los observadores. Centenares de grupos organizados, de cuatro o cinco muchachos, se ocupaban de proteger a los mayores, proporcionarles un taxi, generalmente gratuito, además de asegurar el suministro de agua, alimentos, medicinas, ambulancias, limpieza y otros servicios urgentes. Ese despliegue se articulaba en torno a Internet: quien ofrecía la ayuda era la clase media joven, urbana y laica. Ellos han sido los vencedores, antes que los Hermanos Musulmanes.
Desde 1945 a 2011, el ejército ha controlado cada día la evolución de Egipto. En 66 años, el estamento militar ha formado la red básica para el funcionamiento del país. Ha funcionado mejor o peor, pero ha funcionado. El ejército, de 468.000 hombres bien entrenados, tiene el 80 por cien de su capacidad orientada hacia Israel.
Un documento atribuible a la CIA, aunque no firmado por la Agencia, cree que unos 30.000 mandos militares toman las decisiones. A ellos hay que añadir 15.000 funcionarios civiles, enlaces con el mando militar. Esa red dirige hoy la compra de equipos pesados, los negocios del cemento, acero y algodón, las nuevas infraestructuras, la exploración, producción y venta de hidrocarburos, además de las telecomunicaciones, sin las que la movilización de 2011 no hubiera sido posible. Los funcionarios civiles no hacen sino ejecutar las instrucciones (y organizar los tráficos) del estamento militar.
En 1952, Gamal Abdel Nassar destronaba a Faruq. Era un coronel de 34 años y probado talento. Murió a los 52 y fue sucedido por el general, Anwar el Sadat, asesinado en 1981. Hosnik Mubarak, general jefe de la aviación, sucedió a Sadat. Desde la liberación del dominio británico, Egipto ha sido gobernado por los generales. Nasser fue el primer egipcio que dirigió el país desde tiempos anteriores a Cristo.
Un profesor de Columbia, Nueva York, Richard Bulliet, especialista en Islam, explicaba (12 feb, IHT) los vínculos entre el establecimiento militar y el mundo de los negocios, especialmente americanos y europeos. Toda actividad con repercusiones nacionales está bajo control militar. El ejército influye en la cúspide, en las zonas altas y en las medias-altas del poder. Más que velar las armas al servicio de la patria, este modo de influencia es, de hecho, su primera función. El peso del ejército en la próxima transición no se limitará a los asuntos militares. Pero de pronto aparece un nuevo factor, con el que no se contaba. Es esa juventud pacífica, decidida, urbana y laica, reunida en la plaza Tahrir y en todas las plazas Tahrir del país: conectada a través de la Red. El general Mohamed Husein Tantani, sucesor de Mubarak, reflexionará, es seguro. Con ese invitado no se contaba. O mejor, no era propiamente un invitado. Y sin embargo está ahí.
Desde 1945 a 2011, el ejército ha controlado cada día la evolución de Egipto. En 66 años, el estamento militar ha formado la red básica para el funcionamiento del país. Ha funcionado mejor o peor, pero ha funcionado. El ejército, de 468.000 hombres bien entrenados, tiene el 80 por cien de su capacidad orientada hacia Israel.
Un documento atribuible a la CIA, aunque no firmado por la Agencia, cree que unos 30.000 mandos militares toman las decisiones. A ellos hay que añadir 15.000 funcionarios civiles, enlaces con el mando militar. Esa red dirige hoy la compra de equipos pesados, los negocios del cemento, acero y algodón, las nuevas infraestructuras, la exploración, producción y venta de hidrocarburos, además de las telecomunicaciones, sin las que la movilización de 2011 no hubiera sido posible. Los funcionarios civiles no hacen sino ejecutar las instrucciones (y organizar los tráficos) del estamento militar.
En 1952, Gamal Abdel Nassar destronaba a Faruq. Era un coronel de 34 años y probado talento. Murió a los 52 y fue sucedido por el general, Anwar el Sadat, asesinado en 1981. Hosnik Mubarak, general jefe de la aviación, sucedió a Sadat. Desde la liberación del dominio británico, Egipto ha sido gobernado por los generales. Nasser fue el primer egipcio que dirigió el país desde tiempos anteriores a Cristo.
Un profesor de Columbia, Nueva York, Richard Bulliet, especialista en Islam, explicaba (12 feb, IHT) los vínculos entre el establecimiento militar y el mundo de los negocios, especialmente americanos y europeos. Toda actividad con repercusiones nacionales está bajo control militar. El ejército influye en la cúspide, en las zonas altas y en las medias-altas del poder. Más que velar las armas al servicio de la patria, este modo de influencia es, de hecho, su primera función. El peso del ejército en la próxima transición no se limitará a los asuntos militares. Pero de pronto aparece un nuevo factor, con el que no se contaba. Es esa juventud pacífica, decidida, urbana y laica, reunida en la plaza Tahrir y en todas las plazas Tahrir del país: conectada a través de la Red. El general Mohamed Husein Tantani, sucesor de Mubarak, reflexionará, es seguro. Con ese invitado no se contaba. O mejor, no era propiamente un invitado. Y sin embargo está ahí.
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