domingo, 14 de febrero de 2010

Libro: Coloso. Auge y decadencia del imperio americano.


David Molina Rabadán1


Ferguson, Niall, Coloso. Auge y decadencia del imperio americano.
Reseña de Libros

El poder acumulado por Estados Unidos a lo largo de su historia ha conseguido que su imagen, roles, objetivos y contradicciones acaben proyectándose sobre el conjunto del sistema internacional de una forma inusitada. Reflexionar sobre el gigante norteamericano es, en cierta forma, un ejercicio de análisis de los posibles escenarios que aguardan al mundo en sus más diversas manifestaciones: política, economía, cultura, sociedad…
A pesar de la progresiva multipolaridad que se detecta en todos los niveles de la existencia, Washington continúa concentrando la atención y pensamiento mundiales ya sea a favor o en contra, desde posturas optimistas o pesimistas. Este enfoque dialéctico es el que domina habitualmente la mayoría de discusiones, ya sea en ámbitos restringidos al mundo de la academia y la tecnocracia o en aquellos pertenecientes a la opinión pública.

Estados Unidos no sólo constituye un caso excepcional por el mero hecho de cómo focaliza y radicaliza los debates acerca de la estructura y dinámica del sistema mundo. En una era calificada de posmoderna, en la que se vaticina la retirada del Estado y el ascenso de formas y estrategias políticas alejadas de los patrones de la contemporaneidad, USA se presenta como un caso exitoso de Estado-nación, donde se conjugan los principios de la realpolitik clásica con las nuevas estrategias de la sociedad informacional. Valores tradicionales conviven junto a otros innovadores y de esta mezcla surgen preguntas sobre la persistente dualidad de esta “hiperpotencia” que combina actitudes aislacionistas con intervencionistas, liberales con realistas y diplomáticas con militares. Puede ser el arquitecto de la sociedad internacional (ONU, FMI, Banco Mundial…) y al mismo tiempo su dinamitero, de acuerdo a la variación de sus intereses y del momento de sus capacidades.

Un ejemplo de esta “esquizofrenia” estratégica podría ser la cuestión imperial, en la que se centra uno de los últimos libros del profesor Niall Ferguson, quien al igual que el coloso estadounidense ha aunado en su trayectoria reciente los asuntos económicos con los estrictamente políticos y militares con notable éxito: The House of Rothschild: The Worlds Banker (2000), Dinero y poder en el mundo moderno, 1700-2000 (2001), El imperio británico: Cómo Gran Bretaña forjó el mundo (2005) o The War of the World: History’s age of hatred 1914-1989 (2006).

Estados Unidos, tal y como defiende el autor, posee unos recursos y ejerce un poder inigualable sobre el resto del mundo. Ningún imperio a lo largo de la historia ha ejercido tal dominio. Sin embargo, tanto sus élites como bases sociales rechazan el apelativo imperial para designar la naturaleza y cariz de sus acciones. Esta “República Imperial” ha sabido aunar los postulados de la democracia y la libertad con instituciones y prácticas que responden fielmente a los objetivos de hegemonía y control de los asuntos internacional y de su misma concepción. Marca y al mismo tiempo diseña la agenda mundial así como las reglas del juego que respetar. Pero tal hecho o es fuertemente criticado por parte de los sectores progresistas estadounidenses o disimulado si bien aceptado como algo positivo por parte de los grupos de orientación más conservadora.

La naturaleza o no imperialista del proyecto y hegemonía estadounidense ha suscitado una acalorada polémica y provocado un aluvión de estudios al respecto a medida que ha ido creciendo una nueva mayoría que defiende abiertamente el carácter imperial de los Estados Unidos en el siglo XXI.
Kosovo, Afganistán e Irak son piedras miliares, sostienen, del camino hacia un imperio benigno y humanitario, un “imperio liberal” que defienda los valores de la democracia y el libre mercado. Max Boot o William Kristol son ejemplos de esa tendencia que propugna la creación de instituciones gubernamentales semejantes a las secretarías o ministerios coloniales de las potencias europeas coloniales y más concretamente, del Reino Unido.
Estados Unidos, en palabras del senador Fullbright, debía ejercer las “responsabilidades del poder” que conllevaba ser una superpotencia, y hoy, según la lógica de estos intelectuales ligados al movimiento neoconservador, como vencedora de la Guerra Fría ha de llevar más allá su compromiso. Una mezcla de elementos conocidos en el panorama político estadounidense: idealismo wilsoniano y músculo reaganista, para confeccionar un panorama totalmente desconocido en Washington.

En las páginas del libro se nos recuerda la historia de las diversas formas encubiertas de imperialismo estadounidense a lo largo de su historia. Sólo en un momento estuvo a punto de mostrarse abiertamente como potencia imperialista, que coincidió con el inicio de su ascenso a la supremacía mundial: la guerra hispano-cubana con la ocupación de las Filipinas. Hay que destacar que en las encrucijadas de la política exterior estadounidense (las victorias en los conflictos de 1898, la II Segunda Guerra Mundial y la Guerra Global Contra el Terrorismo) siempre ha reaparecido el fantasma imperial. Pero con muy diversa fortuna.
Mientras que las ocupaciones de Japón y Alemania fueron un éxito, Filipinas y actualmente Afganistán e Iraq constituyen sonoros fracasos donde puede apreciarse, a pesar de las décadas de distancia, un patrón de conducta estadounidense. Y es que a pesar de un impresionante éxito militar inicial, las evaluaciones erróneas acerca de la situación política y los sentimientos de la población ocupada, la falta de una estrategia de guerra a largo plazo, el consiguiente desengaño de la opinión pública estadounidense ante el estancamiento del conflicto y la presión sobre las finanzas estadounidenses… conllevan a que se opte por un aumento escalonado de las tropas para preparar una salida que al final resulta caótica, basada en una democratización superficial y prematura de las estructuras políticas del país invadido que poco o nada resistirán tras el cese del apoyo de Washington.

Dentro de este recetario para el desastre, el autor señala especialmente la falta de una conciencia realista y comprometida con unos objetivos claros y una misión ambiciosa, como una de las principales fallas de la acción internacional estadounidense. No sólo existen problemas a la hora de conseguir los recursos económicos, políticos y militares sino también para movilizar voluntades y convencer de la necesidad de una acción abierta, total y decidida.
Si en los años ochenta del pasado siglo la teoría del “exceso imperial” de Paul Kennedy avisaba de cómo el gasto sin freno en el mantenimiento del poder militar podía acabar socavando las bases del crecimiento económico y por tanto, producir el mismo resultado que se quería evitar, ahora los factores materiales no son tan importantes como los intangibles de una estrategia y de un clima de consenso entre la opinión pública y el arco político estadounidense acerca de las bondades de proyectos de ocupación que signifiquen décadas de presencia militar estadounidense, ayuda económica y apoyo político.
Una combinación de elementos militares y civiles puede ser mutuamente beneficiosa y revertir en el éxito global del operativo: la rapidez y eficacia en la reconstrucción del país ocupado puede ayudar a sufragar los gastos de las fuerzas de ocupación estadounidenses y a reducir la presión que sobre sus efectivos se ejerce (ya que progresivamente irían contando con la colaboración de unas fuerzas armadas y de seguridad nativas más fuertes), y estos pueden ayudar a crear el clima de paz y estabilidad tan necesarios para que la maquinaria productiva y política del país pueda volver a funcionar. Pero intentar conseguir estos resultados con un horizonte temporal de cinco años es francamente utópico.

¿Qué le falta a Estados Unidos? Básicamente tres cosas: capital, personal y voluntad. Es decir, necesita las aportaciones de capital del resto del mundo para financiar sus aventuras exteriores; el número de sus fuerzas armadas y voluntarios civiles que podrían servir en la administración de los territorios ocupados y en el servicio diplomático es insuficiente y el proyecto imperial todavía no forma parte de la cultura política e identidad de los estadounidenses en el siglo XXI.
Estos requisitos no son imprescindibles per se. Numerosos imperios han vivido a la sombra de sus acreedores, confiando en las élites de los países conquistados y presentándose bajo formas que ya ha experimentado el gobierno estadounidense o que no desagradarían a su sensibilidad, como el “imperialismo reactivo” o el “imperialismo por invitación”.

Sin embargo, la ausencia de alternativas existentes obliga a que frente a la amenaza de la apolaridad, el dominio estadounidense sea la opción preferida por el autor. Tras examinar a China y Europa, Ferguson concluye que no se vislumbra un challenger capaz de doblegar al gigante estadounidense. La irresponsabilidad que supondría una retirada por parte de Estados Unidos de sus obligaciones mundiales se agravaría por el hecho de no encontrar un “digno” heredero.

La obra presenta numerosas ventajas así como también inconvenientes. Sintetiza las fuentes del poder imperial estadounidense, una historia del mismo y el pensamiento que sobre aquel se ha generado, así como las consecuencias que este siglo americano y sobre todo, la prolongación del mismo, podrían tener para el mundo. Pero por otra parte, el autor peca de una visión exclusivamente empírica, alejada de reflexiones conceptuales que podrían haber sido de gran interés. Por ejemplo, su idea de imperio y los fundamentos teóricos de ésta no aparecen clara y profundamente dibujados.
Su diferenciación con respecto al término “hegemonía” no favorece la sencillez y capacidad interpretativa, sino todo lo contrario. Su enfoque anglocéntrico y modernista le priva de la riqueza de una perspectiva comparada de larga duración como el que podría haber proporcionado la inclusión de mayor número de referencias y reflexiones sobre los imperios español, holandés, otomano, romano, etc. El declarar que un imperio estadounidense es de por sí una realidad favorable para los intereses de la población mundial puede resultar tendenciosa y subjetiva.
Asimismo, cuando se aluden a los peligros de la apolaridad y a la falta de alternativas para la Pax Americana, no se realiza un análisis consistente y profundo, ni meramente superficial. El estudio de la posición actual y dinámica futura de la Unión Europea y China abusa de lugares comunes y obvia desarrollos (investigación científica y tecnológica, el fenómeno migratorio, desarrollo de las fuerzas armadas, proyección diplomática…), que podrían dar al traste en poco tiempo con algunas ideas preconcebidas sobre la naturaleza y el resultado de la rivalidad entre USA y sus competidores más próximos en la carrera por la hegemonía mundial.
En resumen, un libro polémico, escrito en un tono claro y provocador que ayuda a pensar sobre el futuro de un debate interno en el seno de una de los países más poderosos de la historia y de cuyo resultado dependerá en buena parte el futuro de la configuración y estabilidad del orden mundial.

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