viernes, 8 de mayo de 2009

La guerra que cruzó a EE. UU.


Newsweek
Por Eve Conant y Arian Campo-Flores

La violencia relacionada con los cárteles narcos mexicanos ya se instaló en varias ciudades estadounidenses, como Phoenix y Atlanta.

Mientras Manuel salía con su familia, una tarde de febrero pasado, de un negocio de electrónica en Phoenix, Arizona, unos hombres lo observaban desde el estacionamiento. “Hazlo ahora, hazlo ahora”, le dijo uno a otro en español, según afirma un testigo. Uno de los hombres se acercó a Manuel, apuntó un revolver a su cabeza y lo forzó a entrar a una camioneta Ford que estaba estacionada cerca.
Él decía: “Entraré, pero no me lastimes”, según dijo su esposa a la policía. También declaró que había cerca otro hombre en un auto Chrysler que apuntaba con un rifle o escopeta hacia la ventana del lado del conductor. En algún momento hubo disparos, aunque nadie fue herido. Luego, los vehículos se retiraron dejando marcas en el pavimento.
Ese día, más tarde, alguien llamó a la esposa de Manuel. Una voz masculina le dijo en castellano: “No llames a la policía”. Luego reprodujeron una grabación con la voz de Manuel que decía: “Dile a los niños que estoy bien”. El hombre dijo que volvería a llamar y colgó.
A pesar de las advertencias, la esposa de Manuel acudió a la policía. En otras llamadas los secuestradores le dijeron que Manuel debía dinero por drogas, y que tenía que pagar como rescate US$ 1 millón y su camioneta Cadillac.
Después, cuando dos hombres tomaron la camioneta y se alejaron, la policía los persiguió y los forzó a salir del camino. Ambos eran inmigrantes ilegales mexicanos y dijeron que les había pagado un hombre (que la policía considera que tiene conexiones de alto nivel con el narcotráfico) para manejar el vehículo a Tucson.
La policía dice que hasta ahora Manuel no apareció, y su familia no quiere cooperar más con la ley. “Es un vendedor de droga, y perdió un cargamento” afirma la teniente Lauri Burgett, del escuadrón antisecuestros recién creado por el Departamento de Policía de Phoenix. Suena sorprendente, pero Phoenix se convirtió en la capital de los secuestros de EE. UU.
El año pasado se reportaron 368 casos, cuando en 2000 fueron 117. Pero la policía dice que el número real es mayor porque muchos no se denuncian. En el pasado, la mayoría de las capturas provenía de incidentes de violencia doméstica, y hoy está relacionada con las operaciones de tráfico de drogas y contrabando de personas.
Aún no está claro en qué medida los secuestros son operados directamente por cárteles mexicanos, pero las autoridades afirman que sin duda son consecuencia del estado de violencia a causa del narcotráfico al sur de la frontera de Estados Unidos. “Las tácticas se están desplazando hacia el Norte”, afirma el jefe de Policía auxiliar Andy Anderson.
“Nosotros aún no tenemos la violencia de México (matanzas de policías y decapitaciones), pero en términos de secuestro y allanamientos sí llegamos a esos niveles”.Esto arroja una expectativa desconcertante: que el desorden en México (donde la violencia del narcotráfico cobró 6.000 vidas el año pasado) esté filtrándose a través de la frontera.
De acuerdo con un reporte de diciembre de Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), los cárteles mexicanos establecieron presencia en 230 ciudades de EE. UU., incluyendo lugares como Anchorage (Alaska) y Sheboygan (Wisconsin).
La situación preocupa a los funcionarios estadounidenses. “Esto requiere de niveles máximos de atención”, incluyendo la del Presidente, afirmó la Secretaria de Seguridad Interna de los EE. UU., Janet Napolitano. A principios de marzo Mike Mullen, a cargo del Estado Mayor Conjunto de los EE. UU., visitó México para discutir apoyo potencial e intercambiar de experiencias.
Todo este contexto alimenta el debate público: ¿México es un Estado fallido? El Comando de Fuerzas Conjuntas del Ejército de EE. UU. reveló el noviembre pasado un escenario así, que ubica a este país junto con Pakistán, como un candidato potencial de “colapso súbito y vertiginoso”.
Tal comparación es excesiva de acuerdo con Eric Olson, del Instituto de Estudios sobre México del Centro Woodrow Wilson, en Washington, D.C., a pesar de que el Gobierno mexicano afronta “problemas reales de soberanía en ciertas áreas”. El analista ve que la actual Administración sí está esforzándose por encontrar soluciones.
Entre las prioridades, dice Olson, está detener la demanda de droga de EE. UU., proveer entrenamiento, equipo adicional y personal militar para el orden público en México, y atacar las operaciones financieras por drogas (unos US$ 23.000 millones por año), así como decomisar las armas que son filtradas a México provenientes de EE. UU.
Mientras la violencia se incrementa en México, los reportes de actividades relacionadas con los cárteles aumentan en ciudades estadounidenses alejadas de la frontera. En agosto pasado, los cuerpos de cuatro mexicanos fueron descubiertos atados de pies y manos, amordazados y electrocutados en Birmingham, Alaska, en lo que se creyó que fue un golpe ordenado por narcotraficantes.
Unos cuantos meses después, 33 personas vinculadas con los cárteles fueron procesadas en Greeneville, Tennessee, por distribuir más de 10 toneladas de marihuana. En Carolina del Norte “hay células de los cárteles que son una extensión directa de los mexicanos”, señala John Emerson, de la DEA. Atlanta, donde un laberinto de carreteras sirve como ruta de distribución, fue apodada “la frontera suroeste”. “Esa tendencia está llegando”, dice Fred Stephens, de la Oficina de Investigaciones de Georgia. “Vemos patrones alarmantes”.
Subraya el aumento de crímenes vinculados con los cárteles en el estado. En mayo del año pasado las autoridades del condado de Gwinnett encontraron a la víctima de un secuestro, junto con 11 kilos de cocaína y US$ 7,65 millones, en una casa alquilada por un supuesto líder del Cártel del Golfo.
Unos meses después, un vendedor de droga en Lawrenceville fue secuestrado y pidieron un rescate de US$ 2 millones.Pero nada es comparable con el incremento abrupto de los secuestros en Phoenix. Mientras la fuerza fronteriza extremó la seguridad de los cruces en California y Texas, Arizona se convirtió en un paso para el tráfico en ambas direcciones.
“Las drogas y la gente se dirigen hacia el norte, las armas van hacia el sur”, señala Elizabeth Kemshall, agente especial de la DEA, a cargo de la división de Phoenix. Arizona está dominada principalmente por el Cártel de Sinaloa, del cual las autoridades afirman que está tratando de imponer un mayor control sobre el tráfico de drogas en EE. UU.
A pesar de ello los analistas creen que la organización se fragmentó (desde el verano boreal pasado, cuando los hermanos Beltrán Leyva se separaron, aparentemente, de su líder, Joaquín “el Chapo” Guzmán). El conflicto de aniquilación mutua, junto con la intrusión del cártel hacia el norte de la frontera, creó un ambiente fértil en los bajos mundos de Phoenix.
Entre los grupos beneficiados se encuentra una clase de gángsters errantes mexicanos, llamados también “bajadores”, que son responsables de muchos secuestros. Suelen operar en grupos de cinco, cruzan la frontera para cometer crímenes, y luego se retiran hacia el sur, según la policía. Algunos trabajan para los cárteles como mercenarios, cobrando cuentas pendientes o robando cargamentos de drogas. Los “bajadores” son conocidos por su crueldad.
Las víctimas de secuestros son encontradas atadas y amordazadas, con los dedos molidos y las frentes salpicadas de sangre por las palizas que les propinan. Cuando las bandas secuestran a inmigrantes ilegales (para extorsionar por dinero a sus parientes) a veces matan a uno inmediatamente para asustar a los demás.Para combatir el problema, la policía de Phoenix creó en septiembre pasado su escuadrón antisecuestros (la Fuerza Antisecuestros y contra el Allanamiento de Morada).
Liderado por la teniente Burgett, el equipo de 10 investigadores atrapó 31 células criminales y realizó más de 220 arrestos. Pero “nunca se acaba”, dice ella. “Es como un hormiguero”.Uno de los objetivos del escuadrón es mantener los secuestros confinados al mundo criminal. “Casi siempre las víctimas están involucradas con los sospechosos”, señala el sargento Phil Roberts.
“Les damos de cinco a 10 minutos para abrazar a sus esposas, y luego se van directo a la cárcel”.Si los ciudadanos normales comienzan a caer en la trampa, el resultado podría ser la propagación del pánico. “No queremos que aquí ocurra lo que pasa en México, donde están secuestrando a presidentes de bancos”, dice.Recientemente, el escuadrón trabajaba en un caso que involucraba a un supuesto intermediario de marihuana. Como la policía comprendió más tarde, unos días antes él había intervenido en la negociación de 68 kilos de la droga.
Cuando las partes se reunieron en una casa en los suburbios, los dos compradores retuvieron al vendedor y se quedaron con un botín de US$ 40.000 en droga, automóviles y efectivo. El hombre trató de escapar, pero una mujer de la casa sacó una pistola y le apuntó. Le dijo: “Tú no te vas a ir”, según el relato a la policía del intermediario. “Tú arreglaste este trato”.
Los bienes robados eran ahora deuda suya. Cuando fue liberado, se las arregló para enmendar las posesiones mientras un hombre apodado el “Chuco” lo llamaba cada hora. Pero no fue suficiente. La mañana del martes “Chuco” llegó a la casa del hombre, y el intermediario le dijo a su novia: “Me tengo que ir. Si no les pago, me van a matar”. Sus secuestradores trabajaban para “el Chapo” (según dijo él, lo que no se confirmó).Ese día la novia del intermediario fue a la policía.
Sin haber dormido y frenética, alegó haber recibido varias llamadas de su novio, quien le solicitaba dinero. Los policías le pidieron que se mantuviera en calma. “Sabemos que estás estresada, pero necesitas seguir hablando”, le dijo uno de los detectives.
“Tú eres la única que puede hacer la negociación”. Ella ya había llamado a algunos miembros de la familia para pedirles dinero. Pero éste no llegaba con la rapidez necesaria. “No lo tengo aún” le dijo a su novio en llamadas subsecuentes, mientras él se afligía cada vez más. “Hago lo que puedo”, insistía ella.Sin conocimiento de la mujer, el escuadrón antisecuestros había recibido información sobre la posible ubicación de su novio.
Mientras la policía se aproximaba a la casa, poco después de la medianoche, una camioneta que estaba estacionada afuera de la casa aceleró y se fue rápidamente. La policía la detuvo. “¡Dinos dónde está él!”, increpó un detective a uno de los pasajeros. Justo en ese momento, un Chevrolet arrancó, lo que llevó a otra persecución. Adentro del auto había cuatro personas con el intermediario en la parte trasera, flanqueado por dos hombres armados.
Los detectives interrogaron a las partes sobre los hechos de la última semana, los cargos se hicieron en contra de los cuatro secuestradores; la víctima no fue acusada debido a la falta de evidencia de la supuesta venta de marihuana. Pero ahora se encuentra en el radar de la policía, señaló Burgett. A pesar de que gran parte de los secuestros de Phoenix relacionados con la venta de drogas fue frustrada, la mayoría está ligada al contrabando de personas.
Con el tiempo, ese trabajo se “profesionalizó”. Cualquier grupo que quiera usar sus rutas de tráfico tiene que pagar. La cuota es de casi US$ 2.000 por semana para cruzar mexicanos y US$ 10.000 por semana para chinos o personas de Oriente Medio, señala Richard, detective de Phoenix.Esa ganancia adicional impulsó a los contrabandistas a tratar de extorsionar a partir de sus cargas humanas (conocidas como “pollos”) una vez que cruzan la frontera.
Hace semanas, la Unidad de Contrabando Humano de la oficina del alguacil del Condado de Maricopa recibió una denuncia sobre una casa de este tipo en un vecindario de clase media en Phoenix. Los parientes de un inmigrante que fue escondido ahí recibieron una llamada de extorsión demandando US$ 3.500.
La unidad y un equipo SWAT realizaron el operativo: rompieron las ventanas y puertas, cerradas con tablas (una precaución típica de los delincuentes). Seis hombres trataron de escapar pero fueron atrapados, dijo el teniente Joe Sousa, comandante de la unidad. Adentro había varias decenas de inmigrantes ilegales, todos descalzos y hambrientos. Unos días antes, en un desalojo de una supuesta casa de polleros en Avondale, un vecino quedó inconsolable al describir el terror de vivir junto a cruentos criminales.
“Fue infernal” dijo. “Tengo cinco hijos. Dormí con dos ametralladoras debajo de mi almohada durante dos años”. Este hombre planea hipotecar su casa e irse con su familia lo antes posible. A pesar de la captura, los contrabandistas “volverán” dice. “Ahora van hacia la frontera, se relajarán por un mes, y después vuelven”.

Con Catharine Skipp, John Barry y Dan Ephron

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