martes, 5 de mayo de 2009

LA ERA DE LA DESORGANIZACIÓN



Foreign Policy Edición española
Ian Bremmer y Flynt Leverett
Abril-Mayo 2009

No demos por sentado que el ascenso de nuevas potencias dará lugar a un nuevo orden mundial. Podría ocurrir que tras el periodo de hegemonía de EE UU venga una época caótica.

Aunque los países, grandes y pequeños, están todavía enzarzados en la lucha por sobrevivir y encontrar salida a la crisis económica, ya se puede empezar a pensar en las consecuencias que esta “Gran Recesión” tendrá sobre la política internacional. Es probable que aquellos cuyos cimientos y capacidad de recuperación económicos les permitan superar antes la crisis -China, algunos Estados del Golfo Pérsico, Brasil e India- sean también los que salgan más fortalecidos políticamente.

Pero, ¿el surgimiento de nuevas potencias dará lugar a una auténtica multipolaridad, en la que un grupo de países más diverso trabaje con Estados Unidos en la toma de decisiones sobre la economía mundial y el orden político? ¿O la decadencia estadounidense abrirá paso a una situación de apolaridad, en la que ningún grupo de actores se haga realmente responsable de todo el sistema?

Se trata de una cuestión fundamental, ya que las potencias que previsiblemente emergerán más fuertes de la crisis probablemente no asuman todo el abanico de responsabilidades estratégicas tradicionalmente asociadas al papel de superpotencia. Por tanto, EE UU y las otras potencias existentes deben incorporar a los Estados emergentes a las instituciones y los mecanismos de gobierno de la economía global. De este modo, la “Gran Recesión” dará lugar a un orden económico mundial sólido y responsable, y no a una carrera por saquear al vecino, como ocurrió durante el creciente desorden internacional de los 30.

China: Encabeza la lista de países que probablemente mostrarán una gran capacidad de recuperación. Desde que comenzó la crisis, las autoridades de Pekín han puesto en práctica enormes programas de reactivación económica -y, a diferencia de otros Estados, sin duda tienen recursos para lanzar más. Gracias a ello China se recuperará antes que EE UU, y desde luego, antes que Europa o Japón.
Y no olvidemos que cuando pase la recesión, el gigante asiático seguirá contando con cantidades ingentes de mano de obra barata y una capacidad productiva sin parangón, innovadora y con valor añadido. Antes de la crisis el país empezó a hacer más hincapié en el consumo interno, lo que lo hará menos vulnerable a los problemas de los mercados occidentales.

La maquinaria política refuerza la capacidad de recuperación de la economía china. Tres décadas con tasas de crecimiento de dos dígitos han permitido a los líderes del Partido Comunista acumular mucho capital político dentro del país.
Por supuesto, siguen existiendo graves problemas crónicos: el malestar social originado por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, los graves daños medioambientales y la corrupción endémica en la administración local, sólo por nombrar unos pocos. Pero aun así, en la actualidad millones de chinos son más libres y ricos que nunca. Así que el partido ha fomentado, y ha sido el mayor beneficiario, de una ola de orgullo nacional.

Los Estados del Golfo: Probablemente, el siguiente grupo de mercados que antes superarán la crisis se encuentra en el Golfo Pérsico. Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos (gracias a Abu Dabi, no a Dubai) y Qatar están gestionando bastante bien los desafíos económicos actuales, incluyendo el desplome del precio de la energía.
Los bancos de la región evitaron, en su mayor parte, los productos financieros estructurados que tanto daño han hecho a sus competidores norteamericanos y europeos, por lo que el sector financiero en la zona sigue en relativa buena situación. Y, al contrario de lo que ocurrió en anteriores booms del precio del petróleo, los gobiernos árabes han realizado previsiones bastante conservadoras sobre el precio del crudo y del gas.

A medida que el aumento del precio de los recursos energéticos transfería riqueza en cantidades sin precedentes de Occidente a los países del Golfo, estos gobiernos acumularon grandes reservas de divisas para amortiguar cualquier caída repentina de los ingresos estatales.
Así que estos Estados, especialmente Arabia Saudí, ven la crisis como una oportunidad de afianzar su posición como prestamistas indispensables. Cuando la demanda internacional se recupere y el precio de la energía vuelva a subir, su poder de influencia en asuntos financieros y monetarios aumentará aún más, lo que su vez reforzará su estatus geopolítico.

Brasil: Entró en la crisis financiera con el dinamismo de un mercado emergente, y saldrá de ella con ese mismo dinamismo. Sus sectores agrícola, industrial y de servicios adquieren cada vez mayor talla internacional, y eso se nota. El reciente hallazgo de petróleo frente a sus costas ha aumentado todavía más sus ya abundantes reservas de materia primas. Y lo más importante, el presidente Luís Inácio Lula da Silva ha impulsado la aplicación de políticas macroeconómicas responsables. Su envidiable porcentaje de aprobación popular parece indicar que su Gobierno saldrá de la crisis con su reputación económica intacta.

India: También ha demostrado ser un motor de crecimiento resistente, a pesar de los efectos de la ralentización de su economía y de los tira y afloja que caracterizan su vida política siempre que se aproximan elecciones. La descentralización de poder en la mayor democracia del mundo garantiza que, aunque las reformas a menudo sean (muy) lentas, ya no es tan fácil que la gran burocracia de Nueva Delhi obstaculice el talento y la energía emprendedora que han transformado el país en las dos últimas décadas.

¿Qué consecuencias tendrá el ascenso económico de estos países sobre la política internacional? En los últimos años, los altos cargos chinos no dejaban de calificar a su país como “una potencia que asciende pacíficamente”. El año pasado, se hicieron más frecuentes las referencias a la “responsabilidad compartida” en el liderazgo internacional.
Las consecuencias prácticas de este cambio se hicieron evidentes durante la preparación de la reciente cumbre del G-20, cuando China dejó claro que su disposición a apoyar un aumento de capitalización del Fondo Monetario Internacional dependía, en último término, de que se le concediese mayor poder de voto en la institución.

La creciente importancia de Pekín en la gestión de la economía mundial generará rivalidad, y quizá conflictos, con Washington; la actual tendencia de los chinos a reafirmarse se acelerará. Es improbable que Pekín desafíe directamente la primacía de EE UU, pero se resistirá con más decisión cuando EE UU proponga políticas económicas e internacionales que no le gusten.
En la medida en que pretenda lograr mayor poder de influencia política, el gigante asiático intentará que la atención no se centre tanto en la democratización como culminación de la liberalización económica, sino en la soberanía nacional -en su sentido más estricto- y en que las decisiones se tomen de forma multilateral, como freno imprescindible al unilateralismo de Estados Unidos.

Al mismo tiempo, la fuerza de atracción gravitatoria de China sobre otros países crecerá, en su entorno regional y más lejos. Los Estados del Golfo, que ya están estableciendo lazos con Pekín para cubrirse las espaldas ante la aparente decadencia de Washington, abrazarán a China como contrapeso económico y financiero de Estados Unidos.
Juntos, China y los productores de petróleo y gas del Golfo Pérsico ganarán influencia a medida que la hegemonía del dólar decline lenta pero inexorablemente. Es probable que Brasil e India -ambos democracias sólidas, pero también defensores de los derechos soberanos de los países en desarrollo- se unan a China en la búsqueda de una mayor cuota de poder político para las economías emergentes.

Llegados a este punto, los antiguos miembros del G-7, núcleos del poder político, se enfrentarán a un dilema. Podrían acoger a las potencias emergentes, haciendo que la economía mundial y las instituciones políticas sean más representativas del auténtico equilibrio de poder en el mundo. La ampliación del G-7 a G-20 es un importante primer paso en esta dirección.
Los Estados emergentes deben adoptar estándares más exigentes en lo referente al imperio de la ley, la gestión empresarial, legislación nacional y -sobre todo en el caso de China- liberalización del cambio monetario. De este modo la economía global sobreviviría a un cambio trascendental en el equilibrio de poder en el mundo, un logro histórico.

Pero puede que los viejos miembros del G-7 decidan que su relativa preeminencia resulta más valiosa que la buena gestión de la economía mundial, y para apuntalar su poder cierren la puerta a países más pequeños. Semejante enfoque se revelaría corto de miras en cuanto llegase la siguiente emergencia económica -ya sea una crisis financiera en los mercados emergentes o una crisis monetaria provocada por la tirantez del actual sistema basado en el dólar.
También podría provocar que las potencias emergentes no consigan crear mercados libres y legales; si no se amplían las organizaciones internacionales de supervisión y control, puede que cada país empiece a manipular por su cuenta los mercados internacionales.

Semejante mundo caótico sería el pernicioso efecto que dejaría la Gran Recesión. Corresponde a los organismos internacionales como el G-20 y a los países ricos como Estados Unidos garantizar un futuro multipolar y responsable para todos.

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