miércoles, 29 de abril de 2009

El ahorro de energía comienza en el hogar


National Geographic

La comunidad científica ha informado que el mundo se calienta más rápido de lo predicho hace unos años, y que las consecuencias podrían ser severas si no reducimos de emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que atrapan el calor en la atmósfera. Pero ¿qué podemos hacer como individuos? Y con el aumento de emisiones de China, India y otras naciones en desarrollo, ¿harán alguna diferencia nuestros esfuerzos?Decidimos hacer un experimento.

Durante un mes medimos nuestras emisiones personales de dióxido de carbono (CO2) como si contáramos calorías. Queríamos ver cuánto podíamos ahorrar, así que nos pusimos una dieta estricta. En una vivienda promedio de Estados Unidos se producen unos 70 kilogramos diarios de CO2 con actividades comunes, como encender el aire acondicionado o manejar un coche. Esto es más del doble del promedio de las naciones europeas y casi cinco veces el promedio global, principalmente porque los estadounidenses manejan más y tienen casas más grandes. Pero ¿cuánto deberíamos tratar de reducir?Para encontrar la respuesta consulté a Tim Flannery, autor de La amenaza del cambio 
climático.

En su libro, reta a los lectores a que recorten drásticamente sus emisiones personales para evitar que el mundo alcance puntos críticos irreversibles. “Para permanecer por debajo de ese límite, necesitamos reducir en 80 % las emisiones de CO2”, dijo.“Suena muy alto –dijo PJ–. ¿Lo lograremos?”También a mí me parecía poco probable. De cualquier forma, el punto era responder una pregunta sencilla: ¿cómo podríamos acercarnos a un estilo de vida manejable para el planeta?

Así que accedimos a llegar al 80 % por abajo del promedio en los EUA, lo que equivalía a una dieta diaria de sólo 14 kilogramos de CO2. Después nos dedicamos a buscar algunos vecinos para que se nos unieran.John y Kyoko Bauer eran los candidatos obvios. Ecologistas dedicados, ya estaban comprometidos con un estilo de vida de bajo impacto. Un solo auto, una televisión, nada de carne salvo pescado. Como padres de unos gemelos de tres años, también les preocupaba el futuro. “Por supuesto, cuenten con nosotros”, dijo John.

Susan y Mitch Freedman, por otro lado, tienen dos hijos adolescentes. Susan dudaba del entusiasmo con que sus hijos recibirían la propuesta de reducir su gasto energético en las vacaciones de verano, pero decidió intentarlo. Mitch, arquitecto, estaba trabajando en un edificio de oficinas diseñado para ser energéticamente eficiente, así que sintió curiosidad por ver cuánto podrían ahorrar en casa. Así que los Freedman también se apuntaron.

Empezamos un domingo en julio, día bastante confortable en Virginia del Norte, donde vivimos. La noche anterior aproveché que había pasado un frente y dejé abiertas las ventanas de nuestra habitación para disfrutar de la brisa. Estábamos tan acostumbrados a tener el aire acondicionado encendido todo el día que casi había olvidado que las ventanas se abrían. Los pájaros nos despertaron a las cinco de la mañana con un agradable escándalo.

El sol salió y nuestro experimento comenzó.Nuestro primer reto fue encontrar la forma de convertir nuestras actividades diarias en kilogramos de CO2. Queríamos llevar un registro de nuestro avance para cambiar los hábitos según fuera necesario.PJ se ofreció a leer nuestro medidor de electricidad cada mañana y revisar el odómetro de nuestro Mazda Miata. Mientras tanto, yo llevaría el registro del kilometraje de la Honda CR-V y del medidor de gas natural. Apuntamos todos los datos en una gráfica que teníamos en la cocina.


Aprendimos que un litro de gasolina agregaba significativos 2.34 kilogramos de CO2 a la atmósfera, una buena parte de nuestro gasto diario permitido. Un kilowatt por hora (kWh) de electricidad en Estados Unidos produce 0.7 kilogramos de CO2. Cada metro cúbico de gas natural emite casi dos.Para darnos una idea aproximada de nuestra huella de carbono antes de la dieta, reuní las cifras de nuestras cuentas de servicios recientes e ingresé a varios sitios de cálculo en internet. Cada uno pedía información un poco diferente y daba un resultado distinto. Pero ninguno era bueno.

El sitio de la Environmental Protection Agency (EPA) calculó que nuestra emisión anual de CO2 era de 24 618 kilogramos, 30 % más alta que la de la familia promedio estadounidense de dos integrantes; la culpable principal era la energía utilizada para calentar y enfriar nuestra casa. Evidentemente, teníamos que ir más lejos de lo que había pensado.Para la mayoría de las familias del país, el calentador de agua representa 12 % del consumo de energía de la casa.

Mi plan era bajar el termostato a 49 °C, como recomiendan los expertos. Pero al verlo de cerca, sólo encontré opciones para “caliente” y “tibio”, no para gradación. Sin saber qué significaba esto exactamente, lo puse en “tibio” y esperé lo mejor (el agua era un poco más fresca de lo deseable y tuve que reajustarlo después).Cuando PJ se fue en la CR-V a recoger a una amiga a la iglesia, saqué mis herramientas para cortar el césped: cortadora, bordeadora y soplador de hojas eléctricos. Entonces me di cuenta. Todo este equipo nos iba a costar en emisiones de CO2, así que guardé todo en el garaje, me subí al Miata y manejé hacia el Home Depot para comprar una podadora manual.


No tenían lo que buscaba, así que conduje unos kilómetros más, a Lawn & Leisure, que se especializa en podadoras. Tampoco tenían, aunque sí había una gran variedad de tractores de jardín en exhibición. Mi siguiente parada fue un Wal-Mart, donde encontré otro anaquel vacío. Por último intenté en Sears, que tenía una cortadora de césped manual, la de exhibición.Había visto publicidad que hacía parecer a las cortadoras manuales más recientes como instrumentos precisos, no los torpes aparatos que usaba de adolescente.


Pero tras empujarla por el piso de la tienda, me decepcionó. Se sentía tosca comparada con mi modelo eléctrico, que puedo manejar fácilmente con una sola mano. Regresé a casa sin comprar nada.Cuando me estacionaba, me di cuenta que había estado fuera haciendo el mandado de un tonto. No supe exactamente la magnitud de mi error hasta la mañana siguiente, cuando hicimos cuentas. Había conducido 39 kilómetros en busca de una cortadora de césped más ecológica.


PJ había manejado 43 kilómetros para visitar a una amiga en un asilo. Habíamos utilizado 32 kWh de electricidad y casi tres metros cúbicos de gas para cocinar y secar nuestra ropa. El total de nuestras emisiones de CO2 del día: 47.9 kilogramos. Tres y media veces nuestra meta.“Tenemos que esforzarnos más”, dijo PJ.

Recibimos algo de ayuda de un profesional en la semana dos, el “doctor de casas” Ed Minch, del Energy Services Group de Wilmington, Delaware. Le pedimos que hiciera una auditoría energética de la casa para ver si habíamos omitido algunas soluciones sencillas. Lo primero que hizo fue caminar alrededor de la casa, viendo cómo estaba compuesta la “envoltura”. ¿Habían creado, el arquitecto y el constructor, oportunidades para que el aire se filtrara hacia adentro o afuera? Luego se metió y utilizó un escáner infrarrojo para examinar el interior de las paredes.

Un punto caliente o frío podría significar que teníamos un problema de ductos o que el aislamiento de la pared no funcionaba. Por último, sus ayudantes instalaron un poderoso ventilador en la puerta principal para disminuir la presión del aire dentro de la casa y forzar el aire a pasar por las posibles grietas de la estructura. Nuestra casa, según sus instrumentos, tenía 50 % más fugas de las que debía.Una de las razones, descubrió Minch, fue que nuestro constructor había dejado un estrecho agujero rectangular en nuestros cimientos, bajo el cuarto de lavado, por razones que sólo podíamos suponer. El agujero estaba lleno de hojas del jardín.


“Este es su punto principal –dijo–, su ventana abierta”. Sellar ese agujero se convirtió en una prioridad, ya que en Estados Unidos la calefacción representa hasta la mitad de los gastos de energía de una casa, y el aire acondicionado, una décima parte.Minch también nos dio algunos consejos sobre lámparas y aparatos eléctricos. “Una cocina típica tiene 10 spots de 75 watts encendidos todo el día –dijo–.


Es un gasto inmenso”. Remplazarlos con focos fluorescentes podría ahorrar unos 200 dólares por año. Refrigeradores, lavadoras, lavavajillas y otros aparatos pueden representar la mitad de la cuenta de electricidad de una casa.


Los que tienen etiquetas de Energy Star de la EPA son más eficientes y pueden adquirirse con facilidades, dijo Minch.No faltaban consejos sobre cómo recortar nuestras emisiones de CO2, descubrí. Incluso antes de la visita de Minch, yo había recolectado impresos y folletos de sitios ambientales en internet y compañías de servicios.


En cierto modo era casi demasiada información.“No se puede arreglar todo de golpe –dijo John Bauer cuando le pregunté cómo iban él y Kyoko–. Cuando nos hicimos vegetarianos no fue de golpe. Primero dejamos el cordero, luego el cerdo, después la res y finalmente el pollo. Hemos disminuido nuestro consumo de mariscos de algunos años a la fecha. No es distinto con la dieta del carbono”.Buen consejo, estoy seguro. Pero dondequiera que volteaba, veía cosas que consumían grandes cantidades de energía.


Una noche me senté en la cama y, en medio de la oscuridad, conté 10 pequeñas lucecitas: el cargador del teléfono celular, una calculadora, la laptop, una impresora, el despertador, el receptor de televisión por cable, el cargador de batería de la cámara, el detector de monóxido de carbono, la base del teléfono inalámbrico, el detector de humo. ¿Qué hacían tantas cosas?Un estudio del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley encontró que la energía “vampiro” que gastaban los aparatos electrónicos conectados pero apagados podía sumar hasta 8 % de la cuenta de electricidad de una casa.


¿Qué más faltaba?“Te puedes volver loco pensando en todo lo que usa electricidad en tu casa –dijo Jennifer Thorne Amann, autora de Consumer Guide to Home Energy Savings, quien había accedido a ser la guía de nuestro grupo–. Tienes que utilizar el sentido común y priorizar. No agobiarte demasiado. Piensa qué cosas podrás continuar cuando el experimento termine. Si es difícil alcanzar la meta en un área, recuerda que siempre hay algo más que puedes hacer”.


Ese fin de semana asistimos a la boda de mi sobrina, Alyssa, en Oregon. Mientras estuvimos fuera, la persona que cuidó la casa y a nuestros perros continuó leyendo nuestros medidores de gas y electricidad, y nosotros registramos el kilometraje de los automóviles que rentamos para ir de Portland a la costa del Pacífico. Sabía que este viaje no nos iba a ayudar en nuestra dieta de carbono.


Pero ¿qué era más importante, después de todo, reducir las emisiones de CO2 o compartir una celebración familiar?Esa es la cuestión. ¿Qué tan importantes son los esfuerzos personales para reducir emisiones? ¿Nuestras actividades se suman hasta convertirse en algo significativo o sólo lo hacemos para sentirnos mejor? Seguía sin estar seguro. En cuanto regresamos a casa en Virginia, empecé a hacer más cálculos.


Me enteré de que Estados Unidos produce una quinta parte de las emisiones de CO2 del planeta: unos 6 000 millones de toneladas al año. Esta cifra podría aumentar a 7 000 millones en 2030, a la par del crecimiento demográfico y económico. La mayor parte de este CO2 proviene de la energía consumida por edificios, vehículos e industrias. ¿Cuánto CO2 se podría evitar, empecé a preguntarme, si todo el país se pusiera a dieta de carbono?Los edificios, no los autos, son los mayores productores de CO2 en Estados Unidos.


Las casas, los centros comerciales, las bodegas y las oficinas representan 38 % de las emisiones de la nación, principalmente por el uso de electricidad. No ayuda que la nueva casa promedio en el país es 45 % más grande que lo que era hace 30 años.Compañías como Wal-Mart, que mantienen miles de sus propios edificios, han descubierto que pueden alcanzar importantes ahorros energéticos. Un Supercentro piloto en Las Vegas consume hasta 45 % menos energía que tiendas similares, en parte por el uso de unidades de enfriamiento por evaporación, pisos radiantes, refrigeración de alta eficiencia y luz natural en las áreas de compras.


La modernización y el diseño inteligente también podrían reducir las emisiones de los edificios de este país en 200 millones de toneladas de CO2 al año, de acuerdo con investigadores del Laboratorio Nacional de Oak Ridge. Pero los estadounidenses no alcanzarían estas metas, dicen, sin nuevos códigos para la construcción, estándares para los electrodomésticos e incentivos financieros. Hay demasiadas razones para no hacerlo.


Los dueños de los edificios comerciales, por ejemplo, han tenido pocos incentivos para pagar más por las mejoras, como las ventanas de alta eficiencia, iluminación, calefacción o sistemas de enfriamiento, ya que los inquilinos son quienes pagan las cuentas de energía, no ellos, dijo Harvey Sachs, del American Council for an Energy-Efficient Economy. Para los dueños de casas, la eficiencia es menos importante cuando hay poco dinero.


En una encuesta realizada en 2007, 60 % de los estadounidenses dijo que no tenía suficientes ahorros para pagar renovaciones relacionadas con la energía. Si se les diera un bono adicional de 10 000 dólares para que lo hicieran, sólo 24 % de los encuestados lo invertiría en la eficiencia. ¿Qué quería el resto? Cocinas con acabados de granito.Después de los edificios, el transporte es la mayor fuente de CO2 al producir 34 % de las emisiones de la nación.


Los fabricantes de automóviles han recibido instrucciones del congreso para elevar en 40 % los estándares de gasto de combustible para 2020. Pero las emisiones seguirán creciendo, ya que aumenta la cantidad de kilómetros que se conducen en este país. Una de las razones principales: los desarrolladores inmobiliarios siguen construyendo lejos de las ciudades y hacen inevitable que las familias pasen horas en sus autos. Un estudio de la EPA estimó que las emisiones de gas invernadero de vehículos podrían aumentar 80 % en los siguientes 50 años.


Sólo se lograrían disminuir las emisiones si fuese más sencillo para los estadounidenses optar por el autobús, el metro y la bicicleta en vez del auto, dicen los expertos.El sector industrial representa la tercera mayor fuente de CO2. Las refinerías, las plantas de papel y otras fábricas emiten 28 % del total de la nación. Se podría pensar que estas empresas habrían eliminado las ineficiencias hace mucho, pero no siempre es el caso.


Para las compañías que compiten en los mercados globales la prioridad es hacer el mejor producto al mejor precio. La reducción de gases de efecto invernadero es menos urgente. Algunas ni siquiera tienen registro de sus emisiones de CO2.Varias corporaciones, como Dow, DuPont y 3M, han mostrado cuán lucrativa es la eficiencia. Desde 1995, Dow ha ahorrado 7 000 millones de dólares al reducir la intensidad de su energía –la cantidad de energía consumida por kilogramos de producto– y durante las últimas décadas ha recortado 20 % de sus emisiones de CO2. Para mostrar a otras compañías cómo hacerlo, el Departamento de Energía (DOE) ha enviado equipos de expertos a unas 700 fábricas al año, para analizar el equipo y sus técnicas. Pero el cambio no es sencillo.


Los administradores no están dispuestos a invertir en la eficiencia a menos que les represente una ganancia importante en un plazo corto. Incluso cuando los consejos de los expertos no implican costos, como “apagar los ventiladores de las habitaciones que no están ocupadas”, menos de la mitad de estas soluciones se realizan. Una razón es la inercia. “Muchos cambios no ocurren hasta que el jefe de mantenimiento, que sabe cómo mantener el viejo equipo funcionando, se muere o se retira”, dice Peggy Podolak, analista de energía industrial de DOE.Pero el cambio llegará de cualquier manera.


La mayoría de los líderes empresariales esperan una regulación de emisiones de CO2 del gobierno federal. En Nueva York y otros nueve estados del noreste de los Estados Unidos se ha acordado tener un sistema de topes similar al iniciado en Europa en 2005. Con este plan, lanzado el año pasado, las emisiones de las grandes plantas energéticas se reducirán a lo largo del tiempo, conforme cada planta baje sus emisiones o compre créditos de otras compañías y reduzca las suyas. Un esquema similar se ha lanzado en California y otros seis estados del oeste de Estados Unidos, así como en cuatro provincias de Canadá.


¿Y qué reflejan todas estas cifras? ¿Cuánto CO2 se podría ahorrar si toda la nación estuviera en una dieta baja de carbono? Un estudio de McKinsey & Company, empresa de consultoría en administración, calculó que Estados Unidos podría evitar la emisión de 1 300 millones de toneladas de CO2 al año utilizando las tecnologías existentes, que se pagarían a sí mismas con los gastos ahorrados. En lugar de crecer en más de 1 000 millones de toneladas para 2020, las emisiones anuales del país disminuirían unos 200 millones de toneladas al año. En otras palabras, si quisiéramos hacerlo, ya sabemos cómo detener las emisiones de CO2.


Para la última semana de julio, PJ y yo finalmente nos ajustábamos al estilo de vida de bajo carbón. Caminábamos a la piscina de la zona en lugar de manejar, los sábados por la mañana íbamos en bicicleta al mercado local y nos quedábamos en la terraza hasta el anochecer, platicando con el canto de los grillos como fondo. Si era posible, trabajaba en casa, y tomaba el autobús y el metro cuando debía ir a la oficina. Incluso cuando el clima estaba húmedo y caliente, como suele serlo en Virginia en julio, nunca estuvimos realmente incómodos, gracias en parte al ventilador que instalamos en nuestra recámara a finales de junio.“Ese ventilador es mi nuevo mejor amigo”, dijo PJ.


Las cifras se veían bastante bien cuando cruzamos la meta el primero de agosto. Comparado con julio anterior, redujimos el uso de electricidad en 70 %; del gas natural, en 40 %, y condujimos nuestro auto la mitad del promedio nacional.Estos resultados son alentadores, pensé, hasta que incluí las emisiones de nuestro viaje a Oregon. No esperaba que un avión moderno lleno de pasajeros emitiera tanto CO2 por persona como lo que hubiéramos producido PJ y yo viajando hasta Oregon en auto. El viaje redondo agregó el equivalente a 1 135 kilogramos de CO2 a nuestro total, más del doble de nuestro promedio diario: de 32 kilogramos de CO2 a 68; cinco veces nuestra meta.


Demasiado para un viaje en avión. n comparación, los Bauer tuvieron mejores resultados, aunque también se enfrentaron a algunos retos. Como su casa es toda eléctrica, Kyoko Bauer había tratado de reducir el uso de su secadora de ropa colgando la ropa afuera, como hacían ella y John cuando vivían en el árido oeste de Australia. Pero con sus niños de tres años, Etienne y Ajanta, llenaban la lavadora unas 14 veces a la semana y la ropa tardaba todo el día en secarse en el aire húmedo de Virginia. “No fue tan conveniente como pensaba –dijo–. Tuve que regresar corriendo un par de veces porque había empezado a llover”.


Finalmente su gasto fue de 44.2 kilogramos de CO2 al día.Para los Freedman, el uso del automóvil resultó ser el mayor problema. Tienen cuatro coches y todos los miembros de la familia asisten a alguna actividad cada día –incluso Ben y Courtney–, por lo que sumaron 7 300 kilómetros al mes. “No sé cómo podríamos haber manejado menos –dijo Susan–. Todos íbamos en direcciones diferentes y no había otra forma de llegar”.


Su resultado final: 112.5 kilogramos de CO2 al día.Cuando recibimos nuestra cuenta de energía eléctrica de julio, PJ y yo vimos que nuestros esfuerzos nos habían ahorrado 190 dólares. Decidimos utilizar una parte de este dinero para compensar las emisiones del vuelo en avión. Tras un poco de investigación, decidimos aportar 50 dólares a Native Energy, una de las muchas compañías sin fines de lucro que compensan nuestras emisiones de CO2 mediante la inversión en granjas eólicas, plantas solares y otros proyectos de energía renovable.


Nuestra aportación fue suficiente para contrarrestar una tonelada de emisiones de jet, un poco más de lo que habíamos sumado con nuestro viaje.Podemos hacer más, claro.“Si reúnes suficientes personas para hacer cosas en varias comunidades, se puede tener un gran impacto”, dijo David Gershon, autor de Low Carbon Diet: A 30-Day Program to Lose 5 000 Pounds. “Cuando la gente tiene éxito, piensa: quiero hacer más. Voy a buscar que haya mejor transporte público, carriles especiales para bicicletas, lo que sea”.


¿habrá una diferencia? Esto es lo que realmente queríamos saber. Nuestra dieta de carbono nos había mostrado que con poco esfuerzo y escasa inversión podíamos recortar nuestras emisiones diarias de CO2 a la mitad. Principalmente desperdiciando menos energía en casa y en la carretera. Esfuerzos similares en edificios de oficinas, centros comerciales y fábricas a lo largo del país, combinados con incentivos y estándares de eficiencia, podrían detener los aumentos en las emisiones de EUA.Aunque no será suficiente.


El mundo aún sufrirá severos trastornos a menos que la humanidad reduzca las emisiones de forma drástica, y han aumentado 30 % desde 1990. Se prevé que 80 % de la nueva demanda energética en la siguiente década provendrá de China, India y otras naciones en desarrollo. China está construyendo el equivalente a dos plantas de carbón de tamaño mediano a la semana, y para 2007 sus emisiones de CO2 sobrepasaban las de Estados Unidos.


Frenar las emisiones globales será más difícil que detener las de EUA, porque las economías de las naciones en desarrollo crecen más rápido. Pero empieza de la misma manera: enfocándose en un mejor aislamiento en casas, iluminación más eficiente en oficinas, mejor rendimiento de gasolinas en automóviles y procesos más inteligentes en industrias. Existe potencial, como McKinsey informó el año pasado, para reducir el crecimiento de las emisiones globales a la mitad.La eficiencia, no obstante, sólo puede llevarnos hasta cierto punto.


Para alcanzar mayores reducciones, como sugiere Tim Flannery –80 % para 2050 (o incluso 100 %, como propone ahora)–, debemos remplazar más rápido los combustibles fósiles con energía renovable de las granjas eólicas, plantas solares, instalaciones geotérmicas y biocombustibles. Debemos frenar la deforestación, una de las fuentes adicionales de producción de gases de efecto invernadero. Y debemos desarrollar tecnologías para capturar y enterrar el dióxido de carbono de las plantas de energía existentes. La eficiencia nos puede tomar algo de tiempo, quizás unas dos décadas, para encontrar una manera de remover el carbón de la dieta del mundo.


El resto del mundo no está esperando a que Estados Unidos les muestre el camino. Suecia es pionera en las casas de cero carbono, Alemania en energía solar accesible, Japón en los automóviles de uso eficiente de combustible y los Países Bajos tienen ciudades prósperas llenas de bicicletas.


¿Los estadounidenses tienen la voluntad de unirse a estos esfuerzos?Quizás, dice R. James Woolsey, ex director de la CIA, quien cree que se está formando una alianza poderosa, aunque parezca inverosímil, en torno a la eficiencia energética. “Algunas personas están a favor de esto porque quieren ganar dinero, otras porque les preocupa el terrorismo o el calentamiento global, y unas más porque creen que es su deber religioso –dijo–. Pero todo está llegando al mismo punto y los políticos empiezan a darse cuenta.

Lo llamo una coalición entre los ecologistas, ascéticos, granjeros, conservadores frugales, evangélicos, accionistas de las empresas de servicios, familias con automóvil y Willie Nelson”.Este movimiento empieza en casa con el cambio de una bombilla, la apertura de una ventana, una caminata a la parada del autobús o un viaje en bicicleta a la oficina de correos. PJ y yo lo hicimos sólo un mes, pero puedo ver cómo la dieta de carbono podría convertirse en un hábito.“¿Qué podemos perder?”, preguntó PJ.

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