lunes, 3 de enero de 2011

Tiro por la culata


Newsweek
Por Joshua Kurlantzick

En septiembre pasado, toda Asia observó alarmada de qué manera China obligó a Japón a echarse atrás en una disputa marítima: bajó de categoría sus lazos diplomáticos, toleró (o hasta promovió) manifestaciones callejeras contra Tokio, y detuvo embarques de metales industriales críticos para Japón. El enfrentamiento simboliza la nueva actitud de Beijing: antiguamente comprometida con un crecimiento pacíficamente en cooperación con sus vecinos, ahora China parece determinada a mostrarles a sus vecinos —y a Estados Unidos— que tiene intereses militares y económicos crecientes que otros países sólo podrán ignorar bajo su propio riesgo.


China reabrió viejas heridas con la India cuando mencionó públicamente su reclamo de un territorio en el estado indio de Arunachal Pradesh, lo que suscitó una concentración de tropas de ambos países a lo largo de la frontera. Beijing también proclamó que el Mar del Sur de China tiene un “interés nacional neutral”, un término usado previamente con Taiwán y el Tíbet (entre otros lugares) para señalar que Beijing no va a tolerar criticas del exterior por sus reclamos de una franja amplia de ese mar, que tiene valor estratégico y una potencial riqueza petrolera.
Cada vez más, la Armada china ha hostigado a navíos estadounidenses y japoneses que navegan en aguas asiáticas. Y Beijing responde en gran medida con evasivas las quejas de países del Sudeste Asiático respecto a que los nuevos embalses chinos en las porciones superiores del río Mekong están desviando el agua y afectando el sustento de pescadores y granjeros río abajo. China también condenó duramente los ejercicios navales conjuntos de EE. UU. y Corea del Sur, y aplicó una presión creciente a las naciones del Sudeste Asiático para que abandonen sus relaciones informales con Taiwán, que antes tenía lazos muy estrechos con países como Singapur y Filipinas.

El comportamiento agresivo de China representa un cambio radical en su política tradicional. Deng Xiaoping (1904-1997), el célebre político reformista, solía instar a los líderes chinos a mantener un perfil bajo en asuntos exteriores. Durante la crisis financiera asiática de finales de la década de 1990, Beijing lanzó una ofensiva de encanto hacia sus vecinos, quienes todavía recordaban la China revolucionaria e intervencionista de Mao Zedong, cuando apoyaba a los genocidas Jemeres Rojos de Camboya y a los insurgentes de Birmania, entre otras causas. Este enfoque suavizado dio recompensa.
Beijing firmó un tratado de libre comercio con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, que entró en vigor previamente este año y ayudó a hacer de Beijing uno de los principales socios comerciales de casi todo país en la región. A finales de la década de 1990 y principios de la de 2000, China aumentó su papel en las organizaciones regionales de Asia, incluida la ANSEA, y cambió el enfoque de su relación con la India, el otro gigante emergente, de viejas hostilidades a nuevos vínculos comerciales, incluidas sociedades entre las firmas de tecnología informática de clase mundial de la India y sus pares chinas. Los diplomáticos de la región elogiaron a China por su enfoque de crear consensos, en contraste con el estilo “con nosotros o contra nosotros” de George W. Bush.

En cierta forma, el cambio de actitud es una extensión del interés duradero de China en proteger sus derechos soberanos, que se remontan mucho más atrás de la época de Deng como líder. Sin embargo, más que eso, la crisis económica global dejó a China en una posición internacional mucho más fuerte que de la muchos de sus vecinos o EE. UU., y los líderes y diplomáticos chinos ahora parecen sentir que pueden entremeterse y terciar en cualquier asunto internacional.
Entonces, así como cada vez más sermonean a funcionarios occidentales en público por las crisis del capitalismo de libre mercado, también están más dispuestos a hacer demandas públicas a otros países asiáticos. “Hay cierta arrogancia en las acciones [de China]”, dice Lam Peng Er, experto en relaciones chino-japonesas en la Universidad Nacional de Singapur. China recientemente superó a Japón como la segunda mayor economía del mundo, y algunos lo ven como una “maduración”, agrega.

Pero tal vez la razón principal del cambio del comportamiento chino sea la tensión que rodea a los cambios de la dirigencia en Beijing, planeados para 2012, cuando se espera que Hu Jintao renuncie a favor de su presunto sucesor y actual vicepresidente, Xi Jinping. Al contrario de Deng, quien peleó en la guerra civil china —o incluso el ex líder Jiang Zemin, quien tenía relaciones estrechas con el Ejército— Hu y Xi no tienen un electorado claro o vínculos con los militares, dice Kerry Brown, alto miembro del Programa de Asia de la Chatham House, un grupo británico de investigación.
El resultado es que los nuevos líderes tal vez sean menos capaces que en el pasado de controlar una clase militar que ahora impulsa sus propios intereses belicistas, como expandir la esfera de influencia naval de China, que no siempre concuerdan con las metas diplomáticas más amplias de China o el más pacífico Ministerio del Exterior. Hasta el momento, Hu y Xi, a falta de la base de poder de Deng, están descubriendo que deben tener en cuenta a las fuerzas armadas. Muchos expertos en China —e, incluso en privado, algunos funcionarios chinos— argumentan que la tensión podría continuar después de 2010.

Pero toda la dureza tiene un costo: un revés de toda Asia que podría costarle a Beijing una década de buena voluntad acumulada. Este año, un informe del Instituto Lowy en Australia encontró que “en vez de usar el ascenso de China como un contrapeso estratégico a la primacía estadounidense, la mayoría de los países en Asia parecen estar subiéndose calladamente al auto de Estados Unidos”.
Otra encuesta, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un grupo de investigadores en Washington, descubrió que la mayoría de las élites asiáticas dijeron que EE. UU. sería la mayor fuente de paz en la región dentro de 10 años, mientras que China sería la mayor amenaza. Por esa razón, las naciones del Sudeste Asiático empezaron a recibir de buen agrado una mayor presencia defensiva estadounidense.
Vietnam, que teóricamente goza de una relación estrecha con China por ser un estado comunista, inició un diálogo estratégico con su viejo enemigo EE. UU., y podría emprender un acuerdo nuclear en el que Washington provea a Hanói con la tecnología de enriquecimiento que China una vez esperó proveerle. Dentro de 10 años, Vietnam podría ser el aliado de facto más cercano de EE. UU. en el Sudeste Asiático, además de Singapur.
Indonesia, que también es cortejada por China, este año selló una “sociedad integral” con EE. UU., que incluye nuevos vínculos militares; en la cumbre EE. UU.-ANSEA en Nueva York, el ministro indonesio del Exterior, Marty Natalegawa, rechazó la demanda china de que las naciones del Sudeste Asiático mantengan a EE. UU. fuera de la disputa por el Mar del Sur de China. Incluso Camboya, un país que depende tremendamente de la ayuda china, abrió nuevos lazos de defensa con el Pentágono: los militares camboyanos y estadounidenses realizaron ejercicios militares conjuntos a principios de año.

Al mismo tiempo, muchas naciones asiáticas están cerrando tratos entre sí para crear un equilibrio con China. Vietnam anunció recientemente un diálogo de seguridad con Japón, mientras que la India invitó a Japón a hacer inversiones nuevas y enormes en infraestructura, acuerdos que, en condiciones diferentes, hubieran sido captados por compañías chinas. Aun más, casi toda nación en el Sudeste Asiático está gastando dinero en armas.
Según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, el dinero gastado en compras de armamento en el sudeste asiático casi se duplicó entre 2005 y 2009. Vietnam, por caso, pagó recientemente US$ 2.400 millones por submarinos y jets caza rusos diseñados para atacar barcos. Debido a que países como Vietnam y Malasia, otro reciente gran comprador de armas, enfrentan pocas amenazas dentro del sudeste asiático, los sistemas armamentistas sólo pueden estar diseñados para repeler a China. Beijing también está aumentando su gasto militar a razón del 15 por ciento anual, lo que sugiere que las tensiones entre China y sus vecinos apenas están comenzando.

Con Isaac Stone Fish en Beijing.

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