Robert J . Samuelson
The Washington Post/Especial para UNO
WASHINGTON– La idea de lograr un “nuevo equilibrio” en la economía es simple. Antes de la crisis financiera, algunos países avanzados (guiados por Estados Unidos) incurrieron en gastos excesivos y otros países más pobres (liderados por China) ahorraron excesivamente. Ambos se compensan mutuamente. Los grandes gastadores incurren en grandes déficits comerciales y los grandes ahorristas cuentan con enormes excedentes comerciales. Ahora, la crisis financiera ha reducido el gasto excesivo. Si los grandes ahorristas no aumentan sus propios gastos la economía mundial enfrentará un crecimiento lento prolongado. Los diversos países podrían luchar por porciones de esa débil demanda maniobrando con tasas de cambio, subsidios y aranceles.
Es una fórmula que llevará a luchas económicas, ya se las llame guerras de monedas, proteccionismo o nacionalismo económico. Mientras los países ricos luchan contra un obcecado desempleo (9,6% en Estados Unidos, 10,1% en Francia, 20,5% en España) será más difícil resistir políticas que favorecen a trabajadores y empresas locales, especialmente si otros países están haciendo lo mismo. Evitar este futuro es la cuestión central para los líderes de los países del G-20 que estuvieron reunidos esta semana en Seúl, Corea del Sur.
En la práctica el asunto podría reducirse a lo siguiente: ¿cambiará China?
The Washington Post/Especial para UNO
WASHINGTON– La idea de lograr un “nuevo equilibrio” en la economía es simple. Antes de la crisis financiera, algunos países avanzados (guiados por Estados Unidos) incurrieron en gastos excesivos y otros países más pobres (liderados por China) ahorraron excesivamente. Ambos se compensan mutuamente. Los grandes gastadores incurren en grandes déficits comerciales y los grandes ahorristas cuentan con enormes excedentes comerciales. Ahora, la crisis financiera ha reducido el gasto excesivo. Si los grandes ahorristas no aumentan sus propios gastos la economía mundial enfrentará un crecimiento lento prolongado. Los diversos países podrían luchar por porciones de esa débil demanda maniobrando con tasas de cambio, subsidios y aranceles.
Es una fórmula que llevará a luchas económicas, ya se las llame guerras de monedas, proteccionismo o nacionalismo económico. Mientras los países ricos luchan contra un obcecado desempleo (9,6% en Estados Unidos, 10,1% en Francia, 20,5% en España) será más difícil resistir políticas que favorecen a trabajadores y empresas locales, especialmente si otros países están haciendo lo mismo. Evitar este futuro es la cuestión central para los líderes de los países del G-20 que estuvieron reunidos esta semana en Seúl, Corea del Sur.
En la práctica el asunto podría reducirse a lo siguiente: ¿cambiará China?
La segunda economía del mundo por su tamaño ha practicado políticas descaradamente mercantilistas (es decir, discriminatorias) durante años. Los enormes excedentes comerciales resultantes fortalecieron el crecimiento del empleo y mientras gran parte del mundo disfrutó de un auge, fueron tolerados. En 2007, el excedente de cuenta corriente de China (principalmente comercial) representó el 11% de su economía (Producto Bruto Interno). Pero a medida que China ha ascendido en la cadena de valor –de juguetes a equipos electrónicos– y a medida que la economía mundial se ha debilitado, sus excedentes se han convertido en una amenaza más seria para un número mayor de países.
Como Japón anteriormente, China adoptó un modelo económico impulsado por las inversiones y las exportaciones, explica el economista Eswar Prasad de Cornell University. Los fabricantes reciben tierras y energía subsidiadas; la tasa de cambio del renminbi está controlada y se la mantiene deprimida, lo que hace que las exportaciones de China sean más competitivas en los mercados mundiales y las importaciones a China, más costosas. Las tasas de préstamo de los bancos, reguladas por el gobierno también se mantienen bajas para que las empresas puedan obtener préstamos poco costosos.
El resultado ha sido una industrialización rápida, aunque desigual. El crecimiento económico ha promediado alrededor del 10 por ciento anual durante varias décadas. Al modernizarse, China cerró o redujo muchas empresas ineficientes propiedad del Estado; la pérdida de empleo fue importante: 43 millones de puestos entre 1997 y 2004, expresa el Banco Mundial. Uno de los atractivos de las nuevas empresas orientadas a la exportación era reemplazar esos puestos de trabajo.
En muchas maneras la sofisticada administración económica de China es admirable. Las periódicas advertencias de que el reventón de la “burbuja” de los bienes raíces desencadenará una gran depresión (hasta el momento) han probado ser huecas. Cuando los precios de la vivienda se elevan demasiado, señala el economista Nicholas Lardy, del Peterson Institute, el gobierno eleva las tasas de interés, los requisitos del pago inicial y los impuestos para los especuladores (compradores de una segunda, tercera, o de más propiedades). “Eso permite que el aire salga de la burbuja”, dice. Los precios de la vivienda se moderan o caen. En forma similar China modifica su tasa de cambio para sostener un crecimiento económico rápido, regulando la demanda de sus exportaciones.
Pero ahora este modelo está encontrando límites políticos y económicos. No sólo a los norteamericanos les afecta la injusta ventaja de las exportaciones de una moneda subvaluada; los europeos, japoneses, mexicanos y otros países también están descontentos. Aunque nadie ha impuesto aún severas restricciones a las importaciones, esa posibilidad ya no es impensable. Mientras tanto, los elevados ahorros de China frustran los gastos internos. En Estados Unidos, el ahorro nacional bruto representa alrededor del 15% del PBI; en China, es alrededor del 50%. Los ahorros normalmente se utilizan para fábricas, maquinaria y oficinas nuevas. Pero las necesidades internas de China no son suficientemente cuantiosas para absorber todos esos ahorros.
Ése es el motivo por el que necesita más gastos del consumidor, para no tener que exportar más a fin de compensar la falta de demanda interna. Los economistas Lardy y Prasad han defendido durante largo tiempo medidas para incrementar los ingresos y los gastos familiares en China: una red de protección más generosa para limitar los ahorros destinados a emergencias de salud y a la vejez, tasas de interés de depósitos bancarios más elevadas para que los consumidores ganen más en sus cuentas, requisitos de que las empresas paguen los dividendos y no reinviertan la mayoría de las ganancias retenidas.
Los chinos saben todo esto. Hasta coinciden con el objetivo de estimular los gastos de consumo y están tratando de hacerlo. Pero hasta que lo logren, no abandonarán la muleta de la tasa de cambio subvaluada. “No trabajen en presionarnos con respecto a la tasa del renminbi”, advirtió recientemente el primer ministro Wen Jiabao. Los exportadores cerrarían; los trabajadores perderían sus puestos. “Si China viera tumultos sociales y económicos, sería un desastre para el mundo”. Los trabajadores desempleados en otras partes podrían encontrar este argumento poco persuasivo.
Si China se resiste al nuevo equilibrio global, éste no se producirá, independientemente de lo que prometa el comunicado de esta semana de Seúl. Los presagios no indican nada bueno. Estados Unidos ha permitido que el dólar se deprecie para reducir su déficit comercial. Como el renminbi está atado al dólar, la depreciación en realidad mejora la competitividad de exportación de China contra ciertos países. Todo esto parece ser menos un nuevo equilibrio que una reyerta –entre China, Estados Unidos y otros– para conseguir una ventaja competitiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario