lunes, 13 de abril de 2009

Otra globalizacion ¿es posible?

Por Khatchik DerGhougassian

Veintitres Internacional.- La crisis financiera está generando una nueva lógica en la economía y el comercio internacional que puede derivar en una nueva forma de globalización. El cambio de rol de Estados Unidos, la consolidación de China y la reaparición en escena de una Rusia fuerte.
La preocupación por los conflictos sociales generados por la creciente desocupación. La opción del multilateralismo y de la creación de una suerte de Organización Mundial de Finanzas.

¿Cómo afectará la actual debacle financiera el proceso de globalización?

La pregunta se justifica pues la fase actual del desarrollo capitalista que ha entrado en crisis a partir del estallido de la última de las burbujas especulativas, el crédito inmobiliario, en 2007, y más precisamente la quiebre de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008, empezó con la liberalización de los flujos financieros que con el “retiro del Estado”, en los términos de Susan Strange, en los ’80 y la revolución en las telecomunicaciones con la invención del Internet, se transformaron en una mayor industria en las últimas tres décadas: las transacciones financieras diarias en los mediados de los ’80 eran del orden de 200 mil millones de dólares; pasaron a ser 800 mil millones en los mediados de los ’90, y alcanzaron casi 4 billones en los primeros cinco años del siglo XXI.
Las finanzas, entonces, han sido el “vehículo” de la globalización, y de su disponibilidad, según la lógica monetarista, pasó a depender la economía real, a saber la producción y el comercio.No obstante, el término “retiro del Estado” podría también engañar.
Al fin y al cabo, la liberalización financiera y el criterio de no-intervención en el mercado han sido decisiones políticas que, inevitablemente, implicaron una puja por el poder tanto dentro los países entre ganadores y perdedores de esta decisión política, así como en el ámbito internacional donde el desmantelamiento de los controles a los flujos capitales también implicó un reordenamiento de la estructura del balance de poder y la emergencia de una nueva lógica de gobernabilidad de la economía global.
Por lo tanto, si las finanzas han sido el vehículo de la globalización, ese vehículo a su vez necesitó un conductor, un rol que asumió Estados Unidos. No es una casualidad que la globalización en términos geopolíticos responda a la emergencia de Estados Unidos como única superpotencia mundial, la consolidación de la política de primacía y el cambio estructural del sistema internacional de la bipolaridad a un mundo unipolar.En realidad, en la perspectiva teórica de los ciclos largos de la economía-mundo, el siglo XX ha sido la centuria americana en la forma en que el anterior se caracterizó por la Pax Britannica.
En este sentido, la globalización, de acuerdo con una línea de pensamiento de economía política, no ha sido más que una segunda Gran Transformación que generó, de acuerdo con la clásica obra de Karl Polanyi, la “civilización del siglo XIX”. En su análisis de la Gran Depresión, Charles Kinderberger enfocaba el necesario rol hegemónico de regulador de la economía global que debería asumir una potencia en una época histórica dada, si no el sistema en su conjunto podría caer.
Pese a las críticas a esta perspectiva, y pese a la competencia de dos sistemas en el “corto siglo XX” (Eric Hobsbawm), el rol hegemónico de Estados Unidos en la regulación de la economía política internacional desde el fin de la Segunda Guerra Mundial es muy visible tanto en la creación de las instituciones de la gobernabilidad económica del desarrollo capitalista contemporáneo, así como el impacto de las decisiones tomadas en Washington sobre el resto del mundo.
Pero ni el entendimiento de las finanzas como el “vehículo” de la globalización, ni la metáfora de Estados Unidos como el “conductor” –“líder”, o “nación indispensable” según le gustaba declarar a la ex secretaria de Estado de la administración de Clinton, Madeleine Albright– significan que la economía real pierde su sentido, o el “conductor” siempre tenga el control absoluto del “vehículo”.
De hecho, y siempre en la línea de las metáforas más conocidas que se usaron para la explicación de la globalización, si a la fase de crecimiento económico de los últimos treinta años la consideramos, de acuerdo con otro clásico de Susan Strange, un “capitalismo de casino”, podríamos concluir que además de tener muchas fichas, conocer los trucos de cómo se tira la pelotita de la ruleta, Estados Unidos, y demás apostadores, también tuvieron mucha suerte.
Ahora, aparentemente, se acabaron las fichas, y con las pocas que quedan para apostar ya no hay forma de saber en qué número rebotará la pelotita...Metáforas aparte, la lógica de un “vehículo” y un “conductor” refina la pregunta inicial acerca del destino de la globalización para determinar el modo en que el comercio y la producción se verán afectados por la debacle financiera y cómo se reacomodarán, así como quién asumirá un rol de liderazgo en el ordenamiento de la economía mundial.
En cuanto al impacto de la debacle financiera sobre el comercio y la producción, el horizonte más inmediato es una época de recesión en la economía global que en 2009 tendrá un crecimiento negativo estimado a -0,5%, y se espera que por primera vez desde 1982 el comercio internacional se contraiga en volumen unos -2,1%. La consecuencia más inmediata se sentirá en el incremento de los desocupados, de 220 millones a 241 millones según el pronóstico más optimista y el más pesimista, y la inestabilidad social y política que generaría.
¿Significarían estos números un eventual desmantelamiento de la estructura del comercio global? Evidentemente, mucho depende de cuán el proteccionismo volverá, y si la alerta de un informe del Banco Mundial del 17 de marzo pasado acerca de la violación de 17 de los integrantes del G-20 del compromiso asumido en la cumbre de noviembre de 2008 de no imponer barreras al comercio servirá para volver a reafirmar el mencionado compromiso en la próxima cumbre del 2 de abril de 2009 en Londres.
Pero economistas como Barry Eichenberg consideran que las estructuras del comercio internacional que empezaron a formarse desde los ’50 con la caída de 2/3 de los costos del transporte aéreo; la “containerización” del traslado oceánico de los bienes, y sobre todo el avance en la tecnología de las comunicaciones que hace que, por ejemplo, el costo de la comunicación satelital hoy sea apenas el 5% de lo que era en 1970, e Internet permita la obtención de la información al acto, no pueden retroceder.
En otras palabras, estas estructuras serán una suerte de garante para mantener la virtud del laissez-faire, laissez-passer del comercio como una apuesta ganadora para todos.Sin embargo, dos factores condicionarán la reactivación de las estructuras del comercio mundial. El primero es la presión desde la sociedad para reincorporar al concepto de desarrollo la preocupación por los puestos de trabajo y una redistribución más equitativa de la riqueza.
Analistas como Paul Roger ya habían explicado la bomba de tiempo que significa la característica más esencial de la globalización, la concentración, según un estudio del World Institute for Development Economics Research de Helsinki, del 85% de la riqueza mundial en las manos del 10% mientras el 50% de los más pobres apenas accede al 1%, con los altos niveles de alfabetización y acceso a los medios de comunicación de las sociedades humanas.
Por cierto, uno de los impactos culturales más profundos de la globalización había sido la por lo menos parcial desacreditación de las utopías del pasado que generaban compromisos políticos en las masas populares que se tradujo en altos niveles de despolitización.
No obstante, la combinación de ambos fenómenos produjo en los países en desarrollo altos niveles de delincuencia, como bien se vio en América latina en las últimas dos décadas, y como se refleja en la bronca popular generada por los premios de 165 millones de dólares que cobraron los directores ejecutivos de American International Group (AIG), la empresa de seguro estadounidense en bancarrota, sin que la administración de Obama pudiera impedir que ello sucediera.
La bronca consistió no sólo en la imposibilidad de un sistema judicial para detener la medida, sino también en el rechazo de los beneficiarios, principales responsables de la fundición de la compañía financiera, de voluntariamente desistir de su premio millonario por cierto inmerecido. El episodio podría ser paradigmático del fin de la tolerancia a la farándula típica de la sociedad de consumo de la globalización en tiempos de escasez.
Christine Kerdellant escribía en su columna en el semanario francés L’Express del 12 de febrero de 2009: “En Estados Unidos a los ricos no se les tiene envidia. Se les imita. Y mientras se espera ser como ellos se gasta a crédito”. Es precisamente esa cultura la que probablemente entre en una mutación, y junto con el cuestionamiento de los méritos reales de quienes habían sido los símbolos del enriquecimiento rápido se revaloricen los conceptos relevantes a la justicia social.
Si fuera así, es esperable también que el laissez-faire comercial cobre el sentido ético que, como hace acordar Amartya Sen en The Financial Times del 10 de marzo de 2009, nunca se apartó de la visión y pensamiento de Adam Smith, el primer teórico del libre comercio. El segundo factor es el inevitable reordenamiento de la institucionalidad de la gobernabilidad económica global. En otras palabras, las decisiones políticas que se tomarían para salir de la crisis. En un sentido muy general, hay dos formas de pensar este reordenamiento.
El primero es la delegación a China del papel de ordenador sistémico que hasta ahora había asumido Estados Unidos. Harold James en el número de enero de 2009 de Current History, por ejemplo, no duda en declarar a China la “América del presente siglo”. Para este profesor de historia de Princeton, el momento crítico de la crisis ha sido la negativa de la Corporación China de Inversiones (CIC en sus siglas en inglés), el fondo soberano de China, de comprar el Lehman Brothers.
En el mismo número de la revista, el ya citado Eichengreen de Berkeley, encuentra más sentido a la incorporación de China en el grupo de los países desarrollados y la reactivación de la economía, incluyendo la reforma de las instituciones financieras como el Fondo Monetario Internacional (FMI), desde el G-7 con China que del G-20. Habrá, por supuesto, un costo a pagar que, mínimamente, sería otorgarle mayor poder de decisión a Beijing en, por ejemplo, el FMI, que, naturalmente, le consagraría su rol de liderazgo.
La pregunta es si los propios líderes de China estarían dispuestos a asumir ese papel y su costo, y la única referencia en este sentido que hay hasta ahora es la corta sentencia abierta a muchas interpretaciones del presidente chino, Hu Jintao, momentos antes de la conferencia Asia-Europa el 24 de octubre de 2008; según él, su país se comportaría “con un sentido de responsabilidad”.
La segunda forma de pensar el reordenamiento es la consagración del multilateralismo en la gobernabilidad financiera, con la creación de una suerte de Organización Mundial de Finanzas al modelo de la Organización Mundial del Comercio como propone Eichengreen, o una reforma de las ya existentes instituciones pero desde el G-20, que es la visión de Roger Altman en su artículo que publicó en Foreign Affairs de enero/febrero de 2009.
Las predominantes visiones de la salvación del futuro de la globalización cuestionan entonces el papel de liderazgo que Estados Unidos podría seguir teniendo. Pero, además, pese a seguir teniendo el mayor poderío militar de todos los tiempos históricos, 2008 demostró las limitaciones en la capacidad de proyección global de poder de Washington. De hecho, el evento que marca su limitación, la incapacidad de Estados Unidos de poder apoyar a Georgia en su guerra contra Rusia en agosto de 2008, antecede la caída de Lehman Brothers.
El corto episodio bélico conocido como “la guerra de los cinco días” en el Cáucaso no involucró a Estados Unidos y, por cierto, no fue una derrota militar para Washington. Pero la rápida reacción de Rusia a la agresión de su aliado y su abrumador triunfo le permitieron a Moscú darle credibilidad a la interpretación política del éxito militar: la hegemonía rusa regresa al continente eurasiático de la ex Unión Soviética donde no hay espacio para la expansión de la influencia estadounidense.
Las decisiones unilaterales de Moscú reconociendo la independencia de Osetia del Sur y Abjasia no fueron sólo un boomerang del efecto Kosovo; confirmaron la voluntad política del ejercicio de esa hegemonía que se extendió a Asia Central donde Kirkizistán decidió cerrar la base militar estadounidense de Manas a 35 kilómetros de la capital Bishkek, creada después del 11 de septiembre de 2001 y vital para la logística de apoyo a la guerra en Afganistán. El “regreso” de Rusia en el tablero geopolítico denota una creciente regionalización del equilibrio de poder global.
Por cierto, Rusia también se verá afectada fuertemente de la crisis mundial, así como todos los países del Cáucaso y Asia Central que luego de tener una tasa de crecimiento de 12 por ciento en 2007, y 8 en el año siguiente, verán sus niveles, según el informe del FMI, caer en menos de 2% en 2009, y aún más si la crisis revela ser más grave en Rusia.
Si Moscú va a ser capaz de asumir un rol de ordenador sistémico en su área de poder es todavía para ver. Lo cierto es que el ejercicio de la hegemonía mediante la diplomacia coercitiva en Eurasia generaría una dinámica geoestratégica distinta de la lógica del mundo unipolar.Esta dinámica geoestratégica por ahora parece visible tan sólo en el continente eurasiático. Pero la menor capacidad de Estados Unidos en proyectar su poder globalmente también libera una dinámica de autonomización regional allí donde se encuentre una potencia emergente o exista un proceso de integración, o ambos factores.
Ciertamente, cada dinámica regional tendrá su particularidad y el interés, voluntad y capacidad de interacción de Washington o de los actores locales con Washington serán distintos en distintas regiones donde el proceso se está dando.
Pero no hay que descartar que esta relativa autonomización de las dinámicas regionales tenga su impacto también en la forma en que se pensará y forjará el destino de la globalización. En otras palabras, la regionalización de la dinámica internacional podría bien caracterizar esa otra globalización que viene.

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