jueves, 9 de abril de 2009

Japón: ¿El enfermo asiático?


Foreign Policy Edición española

Con unas exportaciones en caída libre que arrastran a su economía hacia la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, y un sistema político paralizado por las luchas de poder entre el partido gobernante y los opositores, Japón está sumido en una transformación –quizá revolucionaria- del sistema político y económico que ha imperado en el país desde el fin de la guerra.
La transformación que se avecina tendrá tremendas repercusiones para la sociedad nipona, pero algunos empiezan también a preguntarse cuáles serán las consecuencias para el resto del mundo.

Aunque el papel político y de seguridad que juega Japón fuera de sus fronteras no suele comprenderse bien en Occidente, el País del Sol Naciente desempeña una función clave en la estabilidad de Extremo Oriente y es vital para los intereses de EE UU en la región. Si –como es posible que ocurra– el empeoramiento de la crisis hace que los gobernantes nipones se centren en los problemas internos y dejen de lado el creciente papel internacional del país, puede que al final muchos se den cuenta de lo importante que era Japón.

El actual caos político y económico ha hecho que el país se adentre en territorio desconocido. Los expertos llevan años prediciendo el fin de los 50 años de gobierno unipartidista casi ininterrumpido, pero ahora por primera vez parece haber posibilidades reales de que esto suceda.

Durante la última década, el sistema de facciones internas de la formación en el poder, el Partido Liberal Democrático (PLD), se ha debilitado, y su popularidad en las zonas urbanas, e incluso en las rurales, se ha resentido ante los ataques continuos del opositor Partido Democrático de Japón (PDJ).

En 2007 el PDJ se hizo con el control de la cámara alta del Parlamento, pero por desgracia el resultado no ha sido un sistema bipartidista sólido. La parálisis se ha adueñado de la vida política a medida que el líder del PDJ, Ichiro Ozawa, ha intentado obstaculizar la acción política del PLD y colocar a su formación en una buena posición de cara a las próximas elecciones generales, en las que espera hacerse con la cámara baja y convertirse así en primer ministro.

De igual modo, ha habido numerosos debates acerca de la viabilidad a largo plazo del modelo económico nipón, basado en la exportación, pero hasta ahora no había sido puesto completamente en cuestión. Las exportaciones se redujeron un 49% en febrero; en algunos sectores, como el automovilístico, la caída alcanzó el 70%.

Siempre puede ocurrir que Japón vaya tirando como buenamente pueda e inicie una decadencia lenta y suave hasta convertirse en un país de segunda fila, pero también existe la posibilidad de que se produzca una gran conmoción.

Independientemente de lo nublado que se presente su destino final, es importante cómo reaccione al cambio, de eso no hay duda. Aun con la crisis económica, Asia genera un tercio de la producción mundial. El acceso a los puertos de la zona, las rutas marítimas, etc. es vital para la economía mundial.
La región de Asia-Pacífico alberga los Estados más poblados del planeta, China e India, y algunas de las democracias con más vitalidad, así como de los regímenes más tiránicos. También es una de las zonas más militarizadas del mundo, plagada de disputas territoriales, nacionalistas, étnicas y de otra índole, y podría tornarse de nuevo muy inestable.

A pesar de todas estas tensiones, la región ha permanecido fundamentalmente en paz durante la mayor parte de las seis décadas transcurridas desde la Segunda Guerra Mundial, y en especial después de los conflictos de Corea y Vietnam. No ha sido por casualidades de la historia.
La presencia militar permanente de EE UU en la zona ha contribuido a garantizar la seguridad marítima y ha evitado que se desaten grandes conflictos intrarregionales. Este logro ha sido posible gracias a la alianza de Washington con Tokio y al reforzamiento lento pero continuo del papel de este último en Asia y en el resto del mundo.
Ya sea en forma de cooperación al desarrollo, entrenamiento antiterrorista, ayuda humanitaria o ejercicios de seguridad marítima, Japón ha desempeñado un papel habitualmente discreto, a veces polémico, pero importante, en ayudar a mantener la estabilidad en la región.

Durante décadas, EE UU y Japón han colaborado en la vigilancia de vías de navegación vitales en el Noreste de Asia, y los aviones nipones P-3 fueron indispensables en el rastreo de los submarinos soviéticos.
Tokio asume que en los próximos años realizará la misma labor frente a China. La rápida respuesta nipona al tsunami de 2004 en el Océano Índico, enviando buques de la Fuerza de Auto Defensa Marítima que suministraron agua potable y provisiones vitales, puso de manifiesto su capacidad para contribuir a las tareas humanitarias en la región.

En los últimos años se ha debatido en Japón la posibilidad, y el modo, de ampliar el papel del país en la escena internacional. Sus habitantes se identifican cada vez más con los Estados democráticos y liberales, y últimamente se ha hablado mucho de “valores universales”, como los derechos humanos y la sociedad civil. De hecho, estas ideas formaron la base del breve gobierno de ex primer ministro Shinzo Abe.

Pero los gobernantes japoneses, limitados por una interpretación de la constitución que prohíbe la defensa colectiva, presionados por un presupuesto militar y de ayuda exterior cada vez más reducido, y preocupados por las posibles reacciones adversas en la región, han minimizado los planes expansionistas de Abe y no han articulado aún su visión del futuro de Japón en el mundo. La situación de bloqueo político y las tensiones económicas podrían cerrar la puerta a la opción de adoptar un papel regional e internacional más activo

A corto plazo, es de esperar que este país asiático reduzca sus gastos en seguridad y en política exterior y que, de forma paralela, China aumente su poder de influencia. En particular, es muy probable que Pekín gane peso en las iniciativas de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático. Recientemente Japón ha empujado al organismo a adoptar políticas democráticas basadas en valores, y para ello ha apoyado que las cumbres se amplíen para incluir a India, Australia y Nueva Zelanda, y así contrarrestar la influencia china.

A medida que Tokio agote sus recursos financieros, le generosidad china en el sureste asiático y en África cobrará más importancia. En tanto la situación política interna impida a Japón poner en práctica una política agresiva de negociación de grandes acuerdos de libre comercio, la capacidad de Pekín para firmar pactos comerciales expansionistas la convertirá en un socio más atractivo.
La constitución limita la capacidad de los japoneses para apoyar operaciones internacionales de seguridad, y en cambio la disposición del gigante asiático a aportar tropas a las misiones de paz de la ONU o responder con rapidez a las amenazas exteriores, como en Somalia, la convertirán en un actor político fiable en la escena internacional. En los círculos diplomáticos nipones muchos temen una situación de este tipo, en la que China eclipse a Japón.

Mientras tanto, Washington huirá cada vez más del discurso de la “alianza global” con Tokio que caracterizó la primera época de la presidencia de Bush. Un Japón que evite los riesgos o tenga menos poder no puede ser un aliado transregional para EE UU como han venido siéndolo Inglaterra, Canadá y Australia. Tokio puede intentar suavizar las críticas a su incapacidad para desempeñar un mayor papel internacional subrayando su influencia en asuntos específicos como el cambio climático o la salud en el mundo.

Entrando en temas más concretos, si el país se centra en sus asuntos internos, Estados Unidos tendrá que tomar decisiones importantes en relación con sus objetivos de seguridad y su actitud en Asia. Está claro que el Ejército estadounidense mantendrá sus bases en Japón y, por tanto, su posición avanzada en Asia.

Pero una reorganización de las tropas, incluyendo el traslado de algunas unidades del Cuerpo de Marines desde Okinawa a la isla estadounidense de Guam (en el Pacífico), podría dar lugar a una presencia de EE UU más reducida. Si Japón está menos dispuesto a colaborar en operaciones de seguridad, es posible que trate de acelerar este traslado, aunque hay muy pocas posibilidades de que tal cosa ocurra en un futuro próximo.

Un papel limitado de Tokio plantearía verdaderas dificultades a Estados Unidos. Sin los recursos, los conocimientos y la implicación de Japón, al Ejército estadounidense le resultaría cada vez más difícil mantener la defensa con misiles balísticos y las operaciones militares antisubmarinos. En la actualidad Washington considera a Tokio su aliado clave en ambos frentes, y Japón también los considera una prioridad, dadas las muestras de agresividad de Corea del Norte y la amenaza de los misiles chinos.

Sin embargo, financiar estas operaciones y mantener el potencial actual de las Fuerzas de Auto Defensa va a ser cada vez más difícil, por lo que Tokio puede decidir reducir sus actividades, haciendo que Washington deba cargar más peso sobre sus hombros. Iniciativas conjuntas como el sistema de defensa con misiles balísticos pueden quedarse estancadas en su actual fase de prueba.

Dicho en pocas palabras, sin la base estratégica y política de Japón, Estados Unidos puede ver reducida su capacidad para proporcionar estabilidad, bienes públicos y ayuda humanitaria a la región de Asia-Pacífico.

Algunos darán la bienvenida a esta nueva situación, pensando que Estados Unidos debería ceder su lugar a países asiáticos que moldearán la región según su propio punto de vista. Pero hay que tener mucha fe para pensar que cualquier vacío dejado por EE UU en Asia (con o sin repliegue japonés) será llenado sin sobresaltos.
Incluso aunque los países de la zona actuasen sin agresividad, los errores de cálculo y la desconfianza bien podrían acabar en tragedia. En este sentido, Japón sigue siendo el pilar básico sobre el que se apoya la posición estadounidense en esta región, además de una voz poderosa a favor de la democracia, los derechos civiles y las políticas nacionales pacíficas.

Si Japón realmente quiere desempeñar un rol más importante en Asia, tiene mucho que hacer. Tiene que ser percibido como un país que busca el bien común de toda la zona. Debe satisfacer a los críticos que exigen mayor transparencia en el análisis de las atrocidades de la guerra.
Debe proponer una visión clara, no sólo de su papel, sino de una mayor libertad para todos los pueblos de Asia (y del mundo). Si se concentra en sus asuntos internos, perderá poder de influencia sobre sus vecinos y las relaciones de cooperación con sus aliados más cercanos se debilitarán.

Nadie puede negar que el gobierno y el pueblo japoneses se enfrentan a decisiones difíciles en los próximos años. De hecho, puede que a Tokio le resulte imposible mantener el rol internacional que ha desempeñado hasta ahora. Si eso sucede, es posible que el mundo finalmente se dé cuenta de cuán vital era ese papel.

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